Sol de plata
Por Dolores Gómez Antillón
Con Esteban aprendí a ver la luz, el resplandor del sol. A sentir por las mañanas los rayos penetrando mi ventana, anunciando nuevo día. Todo cambió cuando mis ojos aprendieron que el brillo de cada estrella me envía hermosos mensajes con su parpadeo azul: el del amor. Al atardecer descubrí la luna como jamás la había visto, alegría, ansias de vivir despertaron en mi alma.
Me enseñó a ser mujer, a ser yo misma. Encontré la libertad.
Hoy Esteban y yo cumplimos cinco años juntos y prepararé una sorpresa. Le mandé un mensaje a su trabajo diciéndole que lo esperaba a las cinco en Nuestro Paraíso. Me contestó entusiasmado que sí, me tenía un regalo.
Me apresuré y alisté mi vestuario, viandas, vino blanco helado y su pastel de chocolate que tanto le gusta. El deseo desmayado, que había permanecido en mi espíritu por tanto tiempo, despertó con fuerza incontenible; las ansias por tenerlo, besarlo, acariciar su dulce sonrisa, besar sus labios, sentir el galope de nuestros corazones que acompasados a un mismo ritmo gritan: te amo.
Mientras llegaba, yo escuchaba el son de un tango, danza que representa la entrega de los cuerpos y las almas abrasadas por el fuego del deseo y el amor.
Más tarde llegó el príncipe de la noche encantada y en sus manos traía una luna de marfil y estrellas de cristal que iluminaban nuestros ojos enamorados. Vestía traje blanco, camisa gris plata, corbata blanca y zapatos negros. Como siempre nos sucede, parecía que nos habíamos puesto de acuerdo, porque yo portaba un vestido largo con adornos plateados brillantes y mis zapatillas de plata.
Ambos corrimos a darnos un beso, enlazando nuestros cuerpos, simulando una estatua con nuestra estampa. Me dio la luna y la recibí con alegría indescriptible, le di un corazón de plata y un pañuelo que le hacía juego a su saco.
Esteban me dijo:
―La felicidad está hecha de momentos mágicos .
―Sí ― respondí― cristales que ya no se pueden unir si se rompieran. Disfrutemos mientras exista en nuestros corazones un aliento de amor.
Lo invité a bailar y como delicadas hojas del árbol de la vida que el viento moviera al mismo compás nuestras ropas fueron cayendo. Mágicamente alguien nos las quitaba.
Desnudos nos acostamos en la alfombra, fundimos en una escultura cristalina nuestros ríos que tibiamente recorrían y acariciaban las ganas. Se encauzaban hacia el caracol del cenote sagrado.
Iluminados de placer bebimos vino en copas que tenían estampados gráciles ángeles. Una rebanada de pastel.
Felices por el tiempo que Dios nos concede para amarnos, seguimos locos de contento. Vertimos gotas de la botella en nuestros cuerpos y de allí bebimos con deleite; de nuevo unimos nuestras ganas, no queremos separarnos.
La luna nos pintó con destellos argentinos; el sol nos despertó con cálida sombra. Los cuerpos yacen entrelazados. Dicen que el siempre no existe. Tal vez, pero hoy me siento dichosa.
Dolores Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de la que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y Letras, Apuntes para la Historia del Hospital Central Universitario y Voces de viajeros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario