Un conjunto de sombras
Por Heriberto Ramírez Luján
Caminábamos juntos rumbo a la labor, bajamos la loma donde se asentaba nuestra casa, cruzamos el lecho de un arroyo que conducía hasta el río. La caída de la tarde nos invitaba a realizar alguna tarea que seguramente la intensidad del calor del día no lo permitió antes.
Llegamos por el bordo, con tarjeas hacia ambos lados, una más allá del arroyo, hasta las ramas de un moro; mi madre a trote lento quiso alcanzarlas, pero apenas despegó sus pies del suelo hizo soltar mi risa y dijo:
―Ya tengo 36.
Fue la primera vez que tuve conciencia de su tiempo y el mío. Hacía cinco años que disfrutaba de sus amorosos cuidados, brindados, seguramente, con el mismo esmero a mis dos hermanas.
Ese moro era vecino de una exuberante mora y dos alamillos; entre todos armaban un conjunto de sombras donde los hombres se sentaban para reponer fuerzas después de una jornada en la tarea de hacer producir la tierra y dar de comer a los animales.
Antes, cada uno pasaba a sus casas a comer frijoles con tortilla de trigo y chile. De regreso a su trabajo dormitaban con el sombrero en la cara, para que las moscas no los molestaran.
Mientras, los niños trepábamos a los árboles a comer moras o a escuchar alguna charla indiscreta de adultos; así transcurrían nuestros días, siempre apacibles y sin sobresaltos.
Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.
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