sábado, 14 de noviembre de 2020

José Alberto Díaz. De oro

sab/jad

 

De oro

 

 

Por José Alberto Díaz

 

 

Cualquier parecido con personajes de la vida real, no es coincidencia

 

 

Así es, yo estuve presente en el último pleito de George Kawasaki. Fue su décima pelea profesional, o la onceava… quizá la doceava, a fin de cuentas no me importa, ese wey siempre termina pagándole a los rivales para que se dejen perder por nocaut.

Digo, si al menos supiera disimular un poquito en los combates, a lo mejor le podrían parecer genuinos al espectador; pero no, ni madre, hasta un cegatón puede ver el fraude a un kilómetro de distancia.

Me cae que el pinche Kawasaki no es boxeador. Si alguna vez lo entrenaron para pelear, no lo hicieron nada bien, porque no tiene técnica, ni preparación física, ni movilidad. Además está muy pendejo, y el pendejismo no es un resfriado, ni se quita con la edad… es como el color de la piel, por más fregaderas que uno se ponga encima, no se puede ocultar lo prieto.

¿No sabes si sus tiros son arreglados porque no lo has visto en el ring? Bueno, pues resulta mucho más convincente ver en blanco y negro al buen Pepe El Toro romperse la madre contra el Bobby Galeana. En serio, por el bien del deporte y por respeto a los aficionados, Kawasaki debería retirarse… y creo sí lo va a hacer, ahora te cuento por qué.

Su entrenador, Nacho Benavides, un cuate a quien conozco de atrás tiempo, me pidió de favor ayudarlo en su esquina, haciéndola de “cutman”.

¿Qué chingados es eso?

Anda, inocente, ponte trucha, pues no te lo voy a repetir. El cutman es muy interesante, aunque nadie hable de él. Debes prevenir y tratar los golpes que se lleva el luchador durante los descansos entre cada asalto, y lo más importante, ayudar a reducir el sangrado y a cerrar los cortes.

El asunto es que iba a mandar a la mierda a Nacho, pero terminé aceptando, porque ninguno de mis colegas quería hacerle el favor, a pesar de la buena paga. Sin complicarme la vida le dije que sí, como una puta barata, por la mera lana. ¿Y qué? A nadie le hace daño un dinerito extra.

Entonces alisté mi maleta y nos fuimos a La Paz, en donde se había pactado el combate. Kawasaki iba a reñir antes de la función estelar, en la que un negro iba a disputarle el cinturón de peso súper mosca al “malcriado” Ávila… otro weyinútil; pero al menos sus pleitos son reales.

La verdad, no tuve ni tiempo de echarme un taco de ojo con las muchachas en la plaza de armas de la ciudad, porque desde temprano, antes del anochecer, debía estar en el estadio de béisbol Arturo Nahl.

Mientras los boxeadores novatos abrían el evento, a regañadientes me acoplé con Nacho y con el mamón de Kawasaki. No, ni me dirigió la palabra, aunque así estuvo mejor. ¿Has escuchado hablar a ese pocho, gringo nalgas prietas? No se le entiende bien el español, y su inglés también suena muy curioso para acabarla de chingar, por eso dudo que los güeros lo comprendan.

El problema es que se cree superior a nosotros, sus paisanos, por haber nacido en Los Ángeles, o por tener doble nacionalidad, o por hablar dos idiomas, según él, o porque su papi es un empresario rico, presidente de un periódico y de un club de golf, o porque su abuelo era un japonés que sabía hacer de todo. Por mí que chingue a su madre.

La pelea se había arreglado con un brasileiro de apellido Coelho. Ándale, como el escritor. Sumaba más de treinta victorias a su palmarés, y unas diez derrotas. En el camerino, mucho antes de comenzar los catorrazos, Nacho y Kawasaki andaban dizque estudiando los combates del rival en una pantalla HD. Me reí de lo lindo, ¿a quién querían hacer tonto, si en el hotel –cómo no enterarme– ya se habían reunido a platicar con el púgil? ¿Sólo se tomaron unas margaritas como buenos compas? ¡Pendejos!

Cuando analizaban los videos, el cabrón de Nacho tuvo la desfachatez de decirme qué solución utilizar en caso de un corte, porque el brasileiro era muy marrano y se lanzaba hacia el rival con la cabeza por delante, como borrego. “Ahora resulta que una huarachuda me viene a taconear”, le dije, recalcando cómo el flujo de sangre disminuye con clorhidrato de adrenalina, y ya, no se utiliza otra chingadera.

Hasta el promotor de Kawasaki, un tipo de casi dos metros, se me acercó mientras preparaba mis herramientas y dijo que hiciera todo lo posible por salvaguardar la integridad de su boxeador, porque su oponente era un vil cochino, y sería una lástima detener el combate a consecuencia de un sangrado por choque de cabezas.

Le sostuve la mirada sin decir nada y levanté mi barbilla, a mí no me iba a joder con sus advertencias. Se me cuadró frente a frente, calladito, imitando mi gesto. Yo no reculé, si el pinche grandullón ese creía que yo no sabía defenderme, intimidado porsu estatura, estaba muy equivocado: en peores cementerios he andado a las doce de la noche, y no me han temblado las corvas. No pasaron ni tres segundos y el promotor me dejó solo, poco le faltó para largarse con la cola entre las patas.

Apenas iba a tomarme una cervecita cuando el combate previo al de Kawasaki terminó mucho antes de lo esperado por la vía del cloroformo… y entonces nos llamaron. Hubieras visto la mamonería del George al salir rumbo al cuadrilátero. En cuanto los reflectores iluminaron sus pasos, se puso a balancear los brazos como chango –o como cholo, no supe distinguir bien–, levantando el pecho como si fuera capaz de atravesar paredes. Y encima se atrevió a poner una canción de entrada que decía:

 

                   Aquí está mi gallo de oro, retador de los valientes

                   Al pelear en los palenques es que tiene que ganar

 

¡Puta madre con ese wey! Sin saberlo, se le daba muy bien el sarcasmo. Por respeto a la afición me contuve la risa; pero nada pude hacer cuando Kawasaki se trepó al cuadrilátero y se deshizo de la bata para lucir su cuerpo: ¡pectorales falsos de silicona en gel! ¡Y un tatuaje de zopilote, o un buitre, o de quién sabe qué chingadera con alas y plumas en medio de sus boobies!

Hasta el cholo más jodido de mi barrio se hubiera aventado mejor diseño que ese. No mames, el público entero se carcajeó al verlo, pero George se hizo pendejo, cosa que siempre se le ha dado muy bien. Al menos el púgil de Brasil se veía decente, mucho mejor en su aspecto físico.

Y que dan el campanazo del primer round. Kawasaki salió todo tieso, cortando el ring para la chingada. Si tú aventaras un tronco en medio de la lona, ten por seguro se desplazaría con más soltura. La mera neta, hasta los rucos que se mantienen en los bailes dominicales de la tercera edad, se mueven mejor que Kawasaki.

Coelho inició como el agresor, yendo hacia adelante, marcando combinaciones de jabs, uno dos, uno dos. De todos modos, a leguas se veía que estaba haciendo lo posible por no lastimar al otro. En los intercambios, de repente se le fue un golpe muy sólido que sacudió la cabeza del pocho, y este le devolvió una mirada como de reclamo.

Haz de cuenta que le dijo: “mamaste, ese golpe sí fue de verdad”.

Kawasaki reculando, siempre reculando, pegado a las cuerdas, escabulléndose del carioca convertido en un toro. Nacho se puso a gritarle que tirara más golpes; pero a duras penas le hacía caso. De todos modos ni había necesidad, el circo ya estaba montado, solo era cuestión de seguir el libreto.

La campana marcó el fin del primer episodio. George estaba enrojecido, nada más. Siguiéndoles el juego, le apliqué la pomulera en donde aparentaba un ligero hinchazón en el rostro. Quién sabe qué babosadas le dijo Nacho, interpretando el papel del coach más severo del pinche mundo, hasta que el descanso se terminó. Ya en el siguiente asalto, Kawasaki se dejó ir encima del rival con todo, aunque lanzando golpes a lo pendejo, sin huevos, con torpeza y mucha falta de precisión.

Entonces el sudamericano visitó la lona, aparentando estar muy herido. Se levantó, en medio de las rechiflas y mentadas de madre del público, pues su caída se había visto demasiado forzada. Hasta su entrenador le gritó encabronado, ve tú a saber qué, pues yo de portugués no conozco ni los disparates. Y ya sabrás. Coelho dejó de lanzar golpes, provocando la furia entre todos los asistentes cuando siguió recibiendo el supuesto castigo de Kawasaki sin defenderse.

De nuevo visitó la lona, de nuevo una caída forzada que hasta Andrea Bocelli hubiera notado, y a partir de ese momento, el público perdió el respeto y se puso a aventar de todo al cuadrilátero: botana, cerveza, hasta orines. Simón, eran meados, la neta, porque me cayó un poco en la espalda y estaban calientes, chingada madre. No, no era cheve azorrillada, ¡ningún paisano deja entibiar su cerveza en ningún evento!

Total, el estadio ya estaba hecho un desmadre cuando el árbitro, muy expeditivo, como si estuviera enterado de la farsa, se puso a contarle a Coelho del uno al diez. Mucho más emperrado que antes, su entrenador arrojó su boina de la desesperación y a gritos le dijo algo que me hubiera gustado saber, algo demasiado cabrón, pues lo hizo ponerse de pie.

Recuperando la compostura, el carioca le ofreció los guantes al réferi, viéndolo directamente a los ojos para que este notara que podía continuar el combate sin problema. Kawasaki puso cara de interrogación y no pudo reaccionar a tiempo cuando el contrincante se le dejó ir, vapuleándolo con ganchos y golpes de poder. Desconcertado, no podía quitarse los duros madrazos que le atizaban sin piedad.

A mí me dieron ganas de carcajearme, sobre todo al ver a Nacho con las manos detrás de la cabeza, jalándose los pelos y apretando las mandíbulas, viendo horrorizado la santa putiza que se estaba llevando su pupilo, como si quisiera gritar: “!Eso no estaba en el guion, error, error, tiempo fuera!”. Y estaba mucho más confundido que Kawasaki con todo aquello, era incapaz de arrojar la toalla para salvarlo. El réferi tampoco sabía cómo reaccionar, solo miraba la paliza sin comprender si era parte del show.

A punto de terminar el round, Coelho noqueó a Kawasaki, quien fue a caer de bruces, casi desmayado. Me dio muchísimo gusto verlo en la lona hecho moño, imaginándome a su abuelo haciéndose el “Harakiri” por la deshonra de tener un nieto así. Recibió la cuenta de diez, que pareció de veinte por la incertidumbre del réferi, y así se le quitó lo invicto.

Nomás por joder el alma, le pregunté a Nacho qué solución debía utilizar para componer el desmadrado rostro de George. Me respondió con una mirada de “chingas a tu madre”, luego se trepó al ring para ayudarle a su pupilo a incorporarse. Los dos estaban furiosos y anonadados; pero ¿qué le iban a hacer? ¿Meterle una demanda a Coelho por incumplir el resultado de la pelea? ¡Pendejos! Al menos el brasileiro se reivindicó ante su entrenador, y sobre todo, ante el público: todos aplaudieron al declararlovictorioso.

 

*

 

Mientras regresábamos a la ciudad de México, Kawasaki y Benavides parecieron estar de luto. No platicaron ni entre ellos. Solo una vez abrió la boca el gringo nalgas prietas, y eso fue para responder una llamada a su teléfono celular. Habló de un partido político, Nueva Tranza, o Nueva Alianza, qué se yo, todos los partidos son la misma chingadera. Si ahora va a incursionar en la polaca y así deja en paz el boxeo, mejor para mí. Total, por lo que ya escuchaste de él, cumple de sobra con los requisitos para ser político, ¿a poco no?

 

 

 

 

 

José Alberto Díaz es licenciado en informática. Ha publicado los libros Cuentos para recuperar la cordura y Carta astral para el escéptico. Desde 2007 ha participado en eventos culturales y encuentros de escritores en el municipio de Cuauhtémoc, así como en la capital del estado de Chihuahua. Sus cuentos han aparecido en medios impresos, siendo el más reciente la Revista de literatura, lengua y cultura Ariwá. Durante algunos años participó como articulista en el periódico El Heraldo del Noroeste. Tiene una novela en proceso de traducción al inglés, La copa de nada, misma que se haya en Amazon en formato digital.

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