lunes, 30 de noviembre de 2020

Patricia Ramírez García. El tiempo fluye como el agua en el río. Confucio


 

El tiempo fluye como el agua en el río. Confucio

 

Por Patricia Ramírez García

 

A los 8 años vivía con mi familia en Veracruz, en un campamento de Laguna Verde llamado El Farallón, a un par de horas del Puerto. Había una playa y,  por supuesto, la laguna, ambas a menos de un kilómetro de mi casa. Nunca entré en la laguna, pensaba que estaba habitada por cocodrilos que me arrastrarían a la profundidad; era un lugar peligroso y prohibido.

Los fines de semana íbamos a la playa, era de olas bravas. Mi papá nos llevaba a mi hermano y a mí hasta el punto donde las olas comenzaban a formarse. Nos enseñó a dejarnos llevar por ellas hasta la orilla, era increíble sentir como te elevabas y avanzabas a toda velocidad, la revolcada al romperse la ola era inevitable; pero valía la pena por la emoción de cabalgarlas.

Apenas un mes después de cumplir 15 años, y ya viviendo en Chihuahua desde dos años atrás, entré a estudiar al Bachilleres 1. Ese primer año reprobé educación física. En mi defensa diré que no me gustaba jugar básquet, se me doblaban los dedos y me torcía las muñecas en cada jugada; para poder aprobar la materia tenía que ir durante todo el verano a las clases de natación que daban en la alberca del plantel. Fue un castigo divino, un verano especial.

Un día se me ocurrió decir que yo había aprendido a nadar sola y que había perfeccionado mi técnica durante las clases  de ese verano; mi papá reclamó ofendido: yo fui el primero en llevarte a una alberca, al río y al mar; pasé días cuidándote, enseñándote a flotar y nadar; aunque fuera de perrito. Aún al día de hoy se indigna cada vez que recordamos esa anécdota. Existen muchas fotos que atestiguan y dan razón a su reclamo, recuerdo en especial una donde estoy en la orilla de un río montada en un salvavidas de mariquita y mi papá a un lado evitando que la corriente me llevara.

Al salir del Bachilleres y entrar a la universidad. me inscribí en la alberca de Santo Niño. Me hicieron una prueba y quede en nivel intermedio.

La sensación de ir ligera en el agua, fluyendo, sentir que mi cuerpo no tenía peso, tener el control de mi respiración, me recordaban esos días en la playa de El Farallón. Llegué a tener buena condición, mis profesores eran excelentes. Cuando pase al nivel avanzado me enseñaron tácticas de rescate y sobrevivencia.

Aun así, temo a las profundidades, donde nada contiene al agua.

Durante unas vacaciones quise ir a ver ballenas en su llegada a riveras mexicanas. Me fui a Sayulita, un lugar increíble, paraíso de los surfers en la Rivera Nayarita. Contraté un tour que me llevó  mar adentro, donde pude ver ballenas, delfines y mantarrayas. La cereza del pastel: una reserva natural, las famosas islas Marietas. Es como una dona gigante; en el hueco del centro está la playita del amor.

Para acceder a esta famosa playa hay que lanzarse al mar abierto y pasar por un túnel natural azotado por la marea. Tenía puesto mi chaleco salvavidas con el que podría flotar como un pecesito naranja con mi panza al sol, pero estaba ahí, en el borde del barco dudando; recuerdo estar sudando frio tratando de convencerme de saltar.

No podía no hacerlo, esa no era una opción, estaba a unos metros del paraíso; trague saliva y salté; no sin dar un fuerte y terrorífico grito para aliviar el estrés.

El delirio de persecución no me abandonó ni un momento, un miedo terrible a ser succionada hacia las profundidades por un  monstruo, o por la marea.  Por mi cabeza también cruzó la idea de que surgirían medusas gigantes y yo moriría entre sus tentáculos venenosos, braceaba y pateaba sin éxito, mi avance era lento y penoso, con insuficiencia respiratoria y palpitaciones.  Fueron veinte minutos de angustia pensando que sería devorada por tiburones y pirañas; o todo ser vivo del mar a la vez; o por el mismo océano.

Si lo sé, es irracional e imposible, las pirañas ni siquiera existen en el mar. Era imposible seguir El camino del Tao, ponerme filosófica y aspirar a una conducta intuitiva, en armonía, sin esfuerzo, tal como fluye el agua; según las enseñanzas.

Ese brinco valió mil veces la pena. La arena era fina y limpia, el sonido grave de las olas rompiendo en las rocas y la cantidad de aves que revoloteaban era impresionante; la brisa y el olor a sal eran perfectos; me sentía en un sueño ideal, feliz y plena, exhausta y satisfecha. Supongo es la misma sensación que cualquier ser humano siente al vencer un obstáculo, superar un miedo o  recibir la recompensa.

Tengo tantos recuerdos conectados al agua, me atrae y me asusta por igual. Sinceramente creo que la vida siempre nos da oportunidad de saltar y vivir experiencias únicas, o quedarnos en la orilla, a salvo, en la tranquilidad de lo conocido. No hay correcto o incorrecto, solo elecciones, cualquiera que elijamos, será en ese momento la correcta.

 





Patricia Ramírez García es artista visual, egresada de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua, especializada en maquillaje para televisión y fotografía. Tiene dos exposiciones fotográficas en solitario y muchas otras colectivas. Actualmente trabaja en el Programa de Cultura Comunitaria, en el área  de Interacciones, de la Secretaría de Cultura de México.

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