La muerte a veces se equivoca
Por Arelí Chavira
Te evoco: Sientes el aire helado de la noche, abrochas tu chaqueta y acomodas la pashmina que rodea tu cuello. Las luces se reflejan en el lago que por unas horas deja de ser oscuro para convertirse en un enorme espejo; alzas la mirada y observas el paisaje: Los pescadores con inmensas redes, alas gigantescas de mariposas, tejidas con filamentos de seda, se mueven al compás del remo y van surcando el agua con armónica belleza, dando la impresión de una danza acuática; lanchas ataviadas con flores, deliciosos platillos, rehiletes, calaveritas de dulce, cañas, mezcal, pan y candelas; lo disfrutas, pero sé que no del todo.
El viento no deja de soplar, la luna plena y radiante te da la bienvenida, sus hilos plateados te acarician la melena colocha y, con los ojos cerrados, correspondes al roce, abandonándote en la deliciosa sensación. En la madrugada, con el tañer de las campanas, los rezos y las fogatas, las figuras humanas parecen seres fantasmales, pero tú nunca has sentido ese miedo, tu temor es otro y, al mismo tiempo, una de las causas de mi desconcierto. Cuando tu vela se encendió y vi su llama, comprendí lo que albergarías: tus ojos nunca me mirarían como lo hacen los demás. Tu flama ardería a voluntad.
El islote de Janitzio, casi a la media noche, está lleno de color y algarabía, respiras profundamente y dejas que el olor a cempasúchil, crisantemos, nubes, terciopelo, claveles, mano de león e incienso te invada; la música y los cantos de los que esperan acompaña tu camino hacia al panteón. La noche se convierte en día y el día se ha trocado en fiesta. Como siempre para mí, la invitada de honor eres tú. Inevitablemente el portal está por abrirse, y entonces nosotras… ¿Habrá llegado la hora?
Hoy, como cada primer día de noviembre, me encuentro en Janitzio, el viaje es largo, pero eso es lo de menos. Dentro de poco los muertos estarán de visita: Unos volverán vestidos con sus trajes de mariachi, otros con sus overoles de mecánico, uniformes de bombero, policía, estudiante, ladrón, futbolista, estilista, borracho, músico o ama de casa; habrá quienes luzcan galas de domingo o el más improvisado de los atuendos, y no faltarán los que arriben envueltos en girones y con una herida letal, sempiterna. En todos ellos se ha detenido el tiempo, la imagen que perdura es la última del día de su partida.
Vengo en pos de una verdad, una respuesta distinta a la pregunta, que, desde que tengo uso de razón, busca florecer en mi interior: ¿La Muerte a veces se equivoca?
Estoy cansada de escuchar los mismos argumentos: que si la voluntad de Dios, todo pasa por algo, la ley de la vida, que si era su destino, “inescrutables son los designios de Dios”, que si la misericordia de la Muerte; si solo muriendo tendrás mejor vida, deberás aprender algo del dolor, “ay Mariana, cómo se te ocurren esas cosas”.
Ninguno de esos argumentos escapa de la injusticia que se comete. Algo me dice que la respuesta se encuentra aquí, en este alucinante lugar donde no logro ver con claridad los límites de mi realidad y los de la Muerte, por más que abro los ojos y dejo arder, cautelosa, el fuego de mi corazón. No obstante, a veces tengo la certeza que me observa desde su soledad concurrida y oscura.
Aquí estoy una vez más, todo se encuentra dispuesto: El conjuro mágico de los sonoros bronces ha iniciado inmemorial, las ánimas cruzan y con nuestros muertos también llega “su majestad”, La Muerte. Baja y departe con nosotros, nos hace creer, tan simple, llana, etérea, que sus huesos y su sonrisa están en nuestro regazo.
Los vivos, como espectrales figuras, arriban silenciosos buscando las tumbas de sus deudos. Negras siluetas, llenas de amor, aparecen por doquier; piadosas, cortan flores, ofrecen dulces, consagran los alimentos que tanto deleitaron en vida a sus difuntos. Erigen un altar sobre el sepulcro; resignadas y llorosas contemplan las llamas-almas de los cirios mientras cantan oraciones. Del camposanto, otrora sombrío, no queda más que el luto, ahora iluminado. Parece una ardiente pavesa,un espejismo en llamas. El portal está por abrirse y entonces yo… ¿Habré llegado a la hora?
Apenas puedo caminar entre tanta gente, mi alma en comunión también se incendia, el temor disminuye; los cirios, las veladoras, las antorchas, avivan su fuego a mi paso. Invariablemente te llamo: ¿dónde te encuentras, “su potestad” ?, ¿también ahora permanecerás escondida al amparo de una fiesta inmerecida?, ¿hasta cuándo, con el mismo aplomo que segas vidas que no lo merecen, me darás la cara?
No te temo con el miedo de los demás, mi recelo es otro, pero eso sobradamente lo sabes. ¿La muerte misericordiosa?, por este valle te paseas a tus anchas, no corras tanto que de tarde en tarde te equivocas; le has quitado la vida a una madre que sola trabaja y has dejado ávidas muchas bocas pequeñitas; recoges a los buenos y de los malos no te acuerdas, esos que producen dolor, miseria y pobreza; te llevas a los primeros amarrados con cuerdas y los otros quedan sin dolor, sin hambre, sin tristeza; en estos tiempos que vivimos, mil caras tienes, nunca habías tenido tantos disfraces para llevarnos a tu morada y despojarnos de la sonrisa.
¿Qué me dices de esta celebración autoimpuesta para conseguir la adoración que te profesan?
Ellos te rinden homenaje porque temen que nunca más abras el portal y sus hijos, sus madres, hermanos, abuelos, amigos, esposos, jamás puedan regresar. Cada ofrenda colocada en los sepulcros representa la esperanza de conseguir tu respeto. Mira a tu alrededor, la verdadera razón de esta fiesta no son los muertos, sino tú, todo esto no es más que un espejismo que encubre la oscuridad en que vivimos por causa tuya. Mira a todas estas personas, ellas…
―Buenas noches, ¿tú eres …
―¡Por Dios, señora, qué susto me ha dado!, ¿acaso quiere matarme de un infarto?
―Discúlpame, por favor, esa manía mía de llegar sin hacer ruido, pero qué le voy a hacer, es parte de mi naturaleza.
―No se preocupe, al contrario, discúlpeme usted por gritarle, estaba distraída observando lo que sucede aquí, pensando que la muerte a veces se equivoca, ¿no lo cree así? Por cierto, qué lindo y adecuado atuendo trae puesto.
―Gracias. Oh, ¿de verdad se nota tanto?, estoy preocupada y no sé qué hacer, el exceso de trabajo está acabando conmigo, extraño aquellas épocas en las que podía gozar de extensos periodos de descanso, en cambio, de un largo tiempo a la fecha, no me dan tregua. Me siento avergonzada, ahora tengo que preguntar el nombre primero antes de… y ya sabes, la gente en ocasiones no suele ser honesta y no me queda más que confiar en ellas.
A decir verdad, con eso del libre albedrío, ustedes no lo tienen fácil, y eso de vivir en su cabeza no les deja nada bueno, para todo quieren una explicación, no comprenden que existen situaciones, circunstancias, cosas que solo el corazón aprecia y entiende. Una de ellas soy yo. A propósito, ¿tú eres Mariana, no es así?, desde hace tiempo nos andamos buscando. Pues bien, al fin ha llegado la hora.
―Sí… no… yo… lo siento de verdad… pero no lo soy.
―¿Segura que no?, mmm, afirmaría que sí, pero bajo las circunstancias en las que estoy…
―Como usted lo mencionó, corren tiempos duros y lo estamos pasando mal, no me haga dudar también sobre mi identidad, por favor…
―¿También?, ¿pues de qué otras cosas dudas?
―De nada, de nada, fue solo un decir.
―Lástima, me hubiera gustado que fueras la Mariana que yo conozco desde que su vela se encendió. No te aflijas más, ya volviste a serlo, solo baja de tu cabeza y apaga tus ojos. La hoguera que ahora incendia tu pecho, no habrá de extinguirse jamás.
Arelí Chavira es licenciada en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua con maestría en University of New Mexico in Las Cruces. Tiene publicados los libros de relatos Mudanza de Jazmín, publicado por el Instituto Chihuahuense de la Cultura en 2015, y Lo que nos unió, publicado por Onomatopeya Editorial. Actualmente es profesora de literatura en la Universidad Tec Milenio, donde además coordina un taller literario.
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