lunes de jmgg
La
humanidad es un hormiguero
de
tribus enemigas
Por José
Manuel García-García
I
Fernando
Frías de la Parra, Ya no estoy aquí (2019). Película de tesis: la
miseria es prisma fractal: sociología de una épica bufa sin fin, filosofía de
mudo estoicismo repetido en cada “Kumbia Rebajadona” de cada cholo-kolombiano
en trance ritual.
Es la
Danza del Águila Nativo-Americana con ritmo caribeño.
Es la
historia de una tribu urbana llamada Los Terkos, con K de “Kédekékulero”.
Es la
resurrección de Los olvidados (1950): los zombis a ritmo de una
nostalgia transnacional: a los cholos de Monterrey les late un corazón
colombiano (“akábienvergamorro”).
Es
(también) la sociología de la balacera narca, la vecindad del chavo-loko que es
laberinto de fantasmas y avisos de muerte, el borrachín que se aparece en cada
esquina como pregonero del avance enemigo: ya viene la policía (omnipresencia
limitada), ya no tardan las “klikas” enemigas.
El
profeta del apocalipsis es el loco del barrio y es el locutor mofletudo que
interrumpe su apología del terruño cultural para darnos un mensaje de su
(gobierno) patrocinador.
II
Ya no
estoy aquí es la chaviza en orfandad perene, los mata tiempos que se reúnen en
la obra negra de un jardín en la azotea, entre el olvido de la Historia y el
valemadrismo subsumido en sano esparcimiento (los bailes son mezcla de gimnasia
y danza de códigos y señales de identidad).
“Terkos
por Siempre” es la consigna de la pandilla que quiere ser feral, pero “siempre”
es un proyecto demasiado eterno para ser verdad: el sueño de la distracción
cumbiera acaba cuando los enemigos ametrallan a los jefes de la Nación Estrella
(cinco pandillas y un centro) y el cholo Ulises termina como sospechoso
inmediato de esa masacre.
Así
emprende su viaje que será un bildungsroman con moraleja: cuando Ulises
regrese, el barrio será otro: sin Terkos, sin profetas: solo una nueva
modalidad de crimen: la guerra entre policías y narcos. Monterrey hecha
pedazos, asaltada por batos rompecoches y sirenas y farolas encendidas en
Apocalipsis Now.
Y
mientras el país se quiebra, Ulises-Nerón le dedicará su última danza al barrio
que ya no es suyo; total, así es la Historia de los vencidos y el Último de los
Mohicanos se resignará a ser una de las víctimas colaterales de la pataleta del
presidente Calderón (imagen: el Borolas agitando el avispero narco contra las
poblaciones desarmadas).
III Ulises (Juan Daniel García Treviño): el pequeño Ulises: bailarín desde
los 5 años, mini-mito del barrio (las cinco pandillas de un Tepito norteño);
luego: el Ulises adolescente, rodeado de groupies: la novia (“morrilla chida”),
el niño copycat (“morrillo trucha”), los compas que vagan por las calles de un
barrio (antiguo cerro) lleno de calles amuralladas, secretas,
caserío-armaduras, geografía de trampas y armas contra el asalto-chota.
Ulises,
chavo navegante, obligado al exilio, acusado de traicionar al jefe de la
Estrella.
Ulises
en NY: incomunicación exasperante, silencio terco: confusiones, amistades
efímeras de Circes que le dan cobijo: la colombiana y la niña china (groupie
instantánea) que repite la palabra “verga” como sinónimo de OK.
Ulises
con su pelo estilo gorra-peruana, rostro hecho para el estoicismo que es
mutismo ante los martillazos del destino.
Ulises,
personaje en Nueva York (país de maravillas inasibles), acosado por la
brutalidad verbal de las tribus exiliadas: mexicanos roomies, emisores de
carcajadas fiscales.
Ulises
(sin saberlo) llevó con él la división de castas socio-raciales: paria en
México y paria en NY. Ser subalterno que enfatiza las marcas de identidad
tribal: el inglés es un sonido insoportable, la música pop es una aberración,
las personas que se acercan a él no entienden que Allá era el Príncipe del
bailongo punk-colombiano.
NY es
para Ulises hibridez excluyente: las “personas” (rostros de efímera identidad)
son solo miembros de tribus enemigas. Mejor regresar al terruño, su Ítaca
musical.
Pero
al volver, ya sabemos, Ulises no será el mismo, y su barrio también será un
panorama de gritos y micro guerras entre narcos y soldados. (Y los patriarcas
de la violencia a nivel país estarán atentos al mapa de la destrucción nacional).
IV
Y al
final, solo me queda la desesperanza, las furtivas imágenes de un Ulises en
plan épico (que no cuajó): el viaje a la gran urbe (New York) donde las tribus
son las mismas de México, pero con un inglés de recovecos y sarcasmos sin
traducción.
Ya no
estoy aquí, destino del Perdedor, el Loser con
cara de amargura: close up a la mirada que refleja el hormiguero poblacional,
la panorámica desde los altos cerros verdes (de día) y sinestros (de noche):
caserío de la depresión antropológica: arquitectura democrática del
ladrillo-block, el último refugio de Los Miserables que bailan al ritmo de una
herencia que cambia a cada golpe (de estado) de la narcocracia, o a cada golpe
del destino que vino y nos cargó.
Ya no
estoy aquí, el grito de la llamada por teléfono
que nadie responde, el quédate allá, porque a México se lo cargó la narcada. (Y
ahora el soundtruck “La Tropa Vallenata” -no sea que el apocalipsis sea puro
tecno-pop fifí.
José Manuel García-García es autor de muchos libros, la mayoría de ellos publicados, entre ellos estos: Estados de asombro. Entre aforismos y micropoemas (2016), GUARDA-QUIMƎRAS (2016), Microagniciones (2015), Piezas para un poemario (2014), El libro de las islas perdidas (2012) Guardamemorias (2005), Literatura juarense (Inicios de modernidad) 2017, Literatura juarense (Escenas de guerra) 2017, La obra de Jesús Gardea. Hacia una mereología estética (2017) y Ciudad Juárez, versiones de una Toma, 1911 (2011). Fue coordinador del Taller Literario del Museo de Arte (INBA, 2000-2007) y lo es del Taller Literario Pizca a las 6:30, Las Cruces, desde 2011. Ha sido editor de una veintena de libros de diversos autores, de Armario (suplemento cultural de Semanario, ciudad Juárez, 2000-2007), de las revistas Noesis (UACJ) y Arenas Blancas (NMSU). jmgarcia@nmsu.edu
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