miércoles, 25 de noviembre de 2020

Luis Kimball. Sobre El Ángel y el centauro, de Gaspar Gumaro Orozco


Sobre El Ángel y el centauro, de Gaspar Gumaro Orozco

 

 

Por Luis Kimball

 

 

Fue antes de los años noventas que me topé con El ángel y el centauro, en el indecoroso rack de remates que, tendiendo a 5 y 10  pesos los libros con sellos de precio muy a la vista, orilla a los jóvenes lectores aprendices de polilla, callados aspirantes a larva de princesa, a interesarse en los poetas locales. A ese precio, leí:

 

Sin llanto y sin sangre para hacer un poema de mi devenir/desesperado recogía azucenas en las batallas. (p. 29)

 

Esos versos así de largos y distintos que no pertenecían a las métricas dieciochescas... 

Gaspar Gumaro Orozco, aun siendo su derrotero el de una poesía muchas veces filosófica y de preocupaciones morales, como corresponde a un abogado fundador de la Facultad de Filosofía y Letras, no se quedaba con apéndices de flores ni sacaba la vuelta a nombrar las películas de Disney, sino que, siendo cosa popular, nueva, representante de la modernidad muerta y tardía, las hizo marchar junto a Caronte y otros ideales del héroe romántico y revolucionario:

 

 Orfeo; ¡Ten cuidado con el vendedor de razones/y de Helados¡ Pinocho cayó en la trampa! (p. 13)

 

En México apenas se iba asentando la institucionalidad de la vida civil en el tiempo post revolucionario; habiéndose fundado universidad, sistema médico, las cosas razonables por necesarias en pueblos, ciudades y campos, como el dispensario médico. Volvía la necesidad de reafirmar el imaginario de su espíritu.

 

 Hay tanta magnitud en mi silencio/y tanta soledad en mi camino/que te pregunto, Nómada altivo,/qué dieras por tener ante tus ansias/ un desierto tan vasto como el mío (p. 53)

 

En estos libros la cultura se junta en una sola página, el lector siente que le están echando las cartas de su pasado reciente y le atemoriza seguir leyendo, porque teme encontrar su futuro en versos que concatenan la canción ranchera, la moralina escolar y el sermón de parroquia:

 

Y cementerios enormes patentizando el fallo de todas las argucias./Y ladrones sin Gólgota crucificados en cruces esmeralda...

 

Colores del pop, década del sesenta, lirismos pastoriles que se parecen a lo que hay bordeando las orillas de las nuevas ciudades americanas con casas estilo California, escuelas recién hechas olorosas a pasto y ventanas que dejan entrar y salir limpiamente el aire en sus construcciones bauhaus.

 

Y finalmente un hombre cantaba solo y solo para sí reía./ Y orgulloso pregonaba a los transeúntes la millonésima maravilla/ excremento luminoso que su lengua producía

 

Lo que se dice es más bello que una película a color de Antonioni.

 

*

 

Quiero recordar que la mayoría de los autores de verso nacidos en México en la década de los 30, a la sombra de los boleros, aún daban abundantes y largas recetas de versos alabastrinos en los primeros ochenta: el peor siglo XIX, describiendo labios e interiores como flores y finas pieles. Pero vea por dónde va este autor, aun guardando un uso algo anticuado del hipérbaton horizontal:

 

a vosotros clamo sementeras de huesos./A ti, carcelera incorrupta del túmulo gris erigido/ a la memoria de los grandes nombres,

 

Con los nudillos sangrantes a vosotros llamo/constructores de paraísos y legales refugios.

 

La espuma, raudo engendro de vientos y mareas/connubio de dragones/ de mi torrente de rojos cielos sucios de buitres/la he retomado pacientemente. Pese a la ley/ he robado -cazador en vedado-la indignación.

 

 Vosotros que supisteis a las cosas dar un nombre

y construir en el viento pesadas catedrales de primeros principios y razones/ para congregar en ellas multitudes/que marchan (lobos entre la niebla) pisoteando trigales al marchar  (p. 107).

 

¿Les suena? Chihuahua y sus adornos... Aunque, claro, pasa en cualquier parte; pero cada quién su registro, que es lo que hace que la muerte pertenezca a unos o a otros.

La vergüenza de encontrar nuestros defectos del mañana tan premonitoriamente continúa en el libro, inagotable: 167 páginas sin dejarnos soltar ni un verso:

 

Escucha/aunque te hagan daño tienes que aprender sufriendo/ a hacer la historia.

si tú detestas el despotismo/esas olas de verdes hombres/.../ profesionales de la miseria institucional.

 

Si tú detestas la opresión organizada. No les creas/ No creas nada de lo que graznan los Grandes Buitres de las cancillerías (p. 109).

 

Nos hace traicionar a nuestros héroes, descastarlos, conscientes de que nunca llegaremos tan lejos o tan cerca, que está aquí en la misma palma de la mano donde se nos ha leído la suerte:

 

cuando te dicen ¡mata!¡mata!/¡tu deber es agrandar los límites de nuestro cementerio!/¡tu obligación –ciudadano– es exprimir las lágrimas de los demás! (p. 109)

 

Gumaro incorpora versos de rompimiento, recursos de un equilibrio increíble, como ocurre en las láminas intermedias con ilustraciones suyas que dan testimonio de la conciencia que guarda y crece entre El Jinete Azul y los Pevsner:

 

Tú que en los días nefastos hiciste la fortuna./ Manantial de sangre. Volcán del dolor./Rojinegra como las horas últimas bullentes en la pupila del condenado/ Valquiria infecunda. Hetaira del mal

 

¿Oyó usted eso? Valquiria infecunda... putilla del mal. Por nada crea que queda ahí:

 

Tú que colgabas sobre el aullido de un mastín/ y de los lobos (p. 123).

 

¿Quiere enterarse de todo? Habría que reeditar el libro, supongo.

 

*

 

Antes de un año después, en el mismo rack, apareció El camino de la flor y del puñal (Ya en El ángel y el centauro, el amante advierte que el corcel en que busca a su amada se llamara “Puñal”) y también debí comprarlo, inseguro de si me gustaba o no, pero consciente de que en las estructuras poéticas se acopiaba una gran cantidad de recursos: agua fría y agua caliente, lecturas antiguas, refinamientos y energía moral. Era un autor de Chihuahua, haciendo referencias a lo popular y a lo actual, diciendo las cosas de golpe y sin vergüenza, y yo quería leer eso.

 

¡No cejar! ¡No abandonar el empeño de la dignidad comprometida (p. 111).

 

Sus palabras fluyen con singular naturalidad y en los textos breves, esta fluidez regala toda una cantidad de poemas. Estas piedras son la verdadera obra negra de la obra estructuralista:

 

Y todo quedará igual./ Moscardón iridiscente la luna de noche girará/descompensada/buscando heridas de auroras desmelenadas/ para engendrar cocuyos y perdurar (p. 132).

 

Y mágicamente entramos a piezas tan hermosas como esta:

 

Odiseo no regresará./ Itaca y Penélope quedarán en las extremas riberas/ de este mar de ausencia. (p. 139).

 

Aquí debo comenzar a decir que el material que se sostiene con una estética propia es más numeroso que lo que suele hallarse en autores del tipo (con publicaciones locales, funcionario, años ochenta):

El artista, aunque se encuentre en ocasiones muy urgido por la actualidad, no es un autor de lo moderno, cuyo ismo, el modernismo, correctamente hablando, se consensua terminado con la SGM (así lo entienden Paul Jones o Alain Tourain). Ya en su generación, los escritores que se quedan son, si no necesariamente, entonces inevitablemente contemporáneos y posteriores a la modernidad (no posmodernos), fragmentarios.

 

La luz es el hueco en la sombra/¿Y qué ha quedado de todas aquellas/montañas de razón que soportamos?

 

Nace la mariposa en el atardecer/y endereza su vuelo hacia el sol poniente/persiguiéndolo.

 

Y la luz más lejana e inmóvil siempre.

 

Y no llegará.

 

Le esperan horas-siglos de fatiga inútil./ Y siempre el cancel cerrado. /Rauda la noche se abatirá sobre ella./ La noche-halcón. Instinto puro en un mar/de luz. Vacío donde un mundo azulado se escombra (p. 119).

 

El poeta usa con frecuencia la figura de la repetición perfecta, pero al ser registrada por la conciencia, aumenta el sentido y vira la emoción:

 

   Estoy otra vez con ustedes/desterrado/ con ustedes desterrado (p. 9).

 

Voy poquito más allá, pues he acabado por pensar con tantos, como he dicho, que la literatura universal acabó con la visión universal, no solo por cambiar su trasfondo y la visión que lo humano tuvo de sí, sino también por desplazar la forma, estética que definía a la literatura con conceptos de descripción social, legal y psicológica, promovidos por convenientes a las instancias políticas del control que han ido dominando a la comunidad neoprogresista  y neoconservadora, que a la vez, han hecho de la literatura un legajo de información en su trasunto de entretenimiento leyendo ya mejor los informes forenses y policiacos, bebiendo las noticias desde la misma fuente con líquidos del crimen y la moral del asesino predominando en este negocio. Y, sin embargo, queda una lectura a favor, la correcta: ahora que tenemos hartas evidencias que no vamos a poder corroborar nunca del ancho mundo que no vamos a conocer ni a saber cómo lo desconoceremos, al menos quedan claros los límites cercanos, que también dictan cómo Paris fue el guapo más discutido del barrio y llevó a otra tierra un mundo como el suyo, lleno de ladrones de mujeres bellas; se llega a Troya echando al mar profundo los ensambles de la quilla de los barcos; embardunándolos de brea.

Reconozco la dureza de esa nave, sobre cuyo casco vuelven los mejores escritores.

Del arte del libro, dejaré sin tocarlos, con más comentarios el resto de poemas a quien lo alcance.


Orozco, Gaspar Gumaro: El ángel y el centauro. Ediciones Gobierno de Chihuahua, México, 1985.

 

 

 

 

Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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