Foto Pedro Chacón
Una reflexión sobre la situación actual
Por Edelmiro Ponce de León Estrada
Hoy desperté como de costumbre, a las primeras luces del alba, observo el reloj que se encuentra sobre el buró y sus manecillas me indican que son las cinco y cuarenta de la mañana, muy temprano para iniciar esta tortura diaria de hace siete meses y dieciséis días, cuando la autoridad de salud detectó una pandemia a causa de un virus desconocido que infectó a la población china y rápidamente se extendió por el mundo, causando una gran mortalidad.
Cuando el mortal flagelo arribó a México, amén de su transporte hasta acá, la autoridad sanitaría determinó implementar acciones severas para enfrentar la situación emergente y de inmediato dispuso que las personas con padecimientos de sobrepeso, diabetes, hipertensión, tabaquismo y de edad mayor a sesenta años, deberían resguardarse en casa, aislados de la demás población, para evitar el contagio, debido a que esta enfermedad contagiosa se presenta más severa en estas personas consideradas de alta vulnerabilidad debido a su situación, y todos fuimos enviados a casa, incluyéndome.
Y he aquí que los primeros días fueron transcurriendo pausadamente, y solo por momentos había dejos de desesperación e incertidumbre, cuestionamientos de cuánto tiempo habría de transcurrir para terminar esta situación; un silencio sepulcral era la respuesta, porque mi familia determinó omitir las visitas y dejarme confinado en casa, según para mi propia seguridad. La compañera de toda mi vida hace varios años partió a la presencia del Todopoderoso, dejándome a merced de la más espantosa soledad.
Los días se fueron sumando y se convirtieron en semanas, estas se convirtieron en meses y la desconocida enfermedad ha causado graves estragos en la sociedad mexicana con un alto grado de mortalidad y sin esperanza de menguar un poco. Miles de hogares han padecido el dolor de perder a uno o más de sus seres queridos sin la oportunidad, al menos, de brindarles el último adiós.
Abandono la cama y me dirijo al sillón de la sala en el que una vez cómodamente sentado empiezan mis desvaríos, dirijo mi visión hacia la ventana y veo a través del cristal la calle desierta, los niños que antaño creaban bullicio con sus aventuras y juegos han desaparecido. Lo raro es que ni las torcazas que a diario generaban un concierto de sonidos, posadas sobre las ramas del árbol que adorna el jardín de mi vecina, y aquella calandria que con sus mil voces anunciaba el nuevo día, han aparecido de nuevo y solamente un profundo silencio percibo. Una profunda ansiedad recorre mi cuerpo y me veo ante el espejo, colocado en el muro derecho de la habitación, cuanto he envejecido en estos siete meses de infortunio. Me pregunto cómo estarán mis amigos, mis familiares lejanos, ¿cómo la estarán pasando? Acaso volveremos a vernos, o es el final de mi vida? No recibo respuestas, solo silencio, el mismo silencio que llegó aquel infausto día en que falleció mi morena, desde entonces paso los días esperando el momento en que la naturaleza reclame mi cuerpo y finalmente llegue el eterno descanso de mi alma, mientras tanto, deberé centrar mis pensamientos en cultivar el espíritu y alimentarlo con lecturas encumbradas hacia la filosofía de la vida, porque nunca hubo mejor momento como este para la reflexión de la vida. Vivimos tan apresurados que raramente hacemos un alto para analizar la existencia y al final morimos y nada queda a la posteridad.
Y acudiendo al inmortal Horacio, culmino con esta profunda frase: El hombre no muere cabalmente, siempre queda su esencia NON OMNIS MORIAR.
Edelmiro Ponce de León Estrada es un escritor e historiador, ha sido director del Museo Casa de Benito Juárez y actualmente coordinador de la oficina de estudios históricos de la Secretaría de Cultura de Chihuahua.
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