lunes, 16 de noviembre de 2020

Patricia Ramírez García. Seguí el viaje persiguiendo el agua que brota caliente de las piedras en el cerro


Seguí el viaje persiguiendo el agua que brota caliente de las piedras en el cerro

 

Por Patricia Ramírez García

 

Cada 14 de febrero celebraban a lo grande, y este año 2020 no sería la excepción. Lucy y Toño eran coleccionistas de antigüedades y volaron desde la Ciudad de México a Chihuahua, con un solo objetivo en mente: recorrer el itinerario de Mina.

Nos conocimos un lunes por la noche, casi creo eran las nueve, en un café del centro frente a la Catedral, necesitaban que los guiara y que juntos diseñáramos su ruta de viaje por Chihuahua. Lucy saco de su bolsa un paquete  envuelto cuidadosamente en un paño y atado con un listón, lo coloco en la mesa y dijo:

―Queremos visitar los mismos lugares que Mina.

Yo estaba intrigada, no terminaba de comprender.

Toño continuo la conversación:

―Compramos una caja antigua en un bazar, en su interior estaba esto.

Lucy comenzó  a develar aquel tesoro, y dijo:

―Ninguna tiene remitente ni sello postal ni fecha alguna, investigamos un poco y sabemos que los lugares de los que habla Mina en sus cartas se refieren a lugares aquí.

Lucy tomó la primera carta, abrió con tanto cuidado el sobre que todos sostuvimos la respiración; saco una fotografía Polaroid, de aquellas instantáneas, demasiado dañada para distinguir el paisaje. Tenía una anotación al margen, parecía ser una fecha, intente descifrarla pero era ilegible. Acto seguido saco una hoja amarillenta y quebradiza, doblada por la mitad; comenzó a leer.

 

Hola, grandulón. Estoy estacionada junto al camino, descansando del viaje, hace una fría y perfecta noche estrellada. No pude evitar acordarme del día en que nos conocimos en aquel viaje a la mina de Santo Domingo, en como enterraste la cabeza entre tus hombros al sentir el revolotear de los miles de murciélagos alrededor nuestro  mientras,  de poco, iban formando una perfecta línea curva  para desaparecer en el horizonte cálido. Anunciaban el ocaso del día y dieron paso a  esa primera luna llena de octubre, gigante y blanca, que iluminaba el monte y tu rostro moreno. El camino de terracería que nos condujo entre curvas al estadio de beisbol, donde rematamos la noche con broche de oro mirando los planetas, gracias a los potentes telescopios que llevaron los de la liga astronómica.

Tiritaba de frío, justo como hoy, y me prestaste tus guantes enormes que no me permitían manipular el telescopio. Te acercaste  por detrás, rodeando mi cuerpo con tus brazos, sigiloso y decidido. Tu loción aun daba esas últimas notas frescas y entre la euforia de ver los cráteres de la luna y los anillos de Júpiter, intercambiamos abrazos.

Ojala siguiéramos viendo estrellas abrazados en la noche, o mejor aún, y como dice Silvio Rodríguez: Ojala pase algo que te borre de pronto

Mina

 

Por supuesto que conozco el lugar ―dije entusiasmada, es un pueblo minero lleno de historia  a tan solo media hora de aquí. Tuvo un gran auge económico, tanto que emitían su propia moneda y en algún momento consideraron establecer ahí la capital de Chihuahua

Pero bueno, agregjué, sigamos revisando las cartas, en otro momento hablaremos a profundidad de Santa Eulalia y sus alrededores.

Toño abrió el segundo sobre, esta vez era una postal  del desierto con un extraño letrero  al centro  con la palabra Venus, y abajo una inscripción a mano que decía Paralelo 27. Miró el reverso y comenzó a leer:

 

Llegue hasta aquí, al vórtice donde Durango, Chihuahua y Coahuila unen sus fronteras,  justo donde un cielo sin nubes se funde en una tierra ocre y en apariencia estéril. Pensé que el fuego sagrado y el humo con olor a copal, en otra noche de luna llena,se llevaría tu recuerdo.

Entré al vientre de la Madre a sudar las penas, me senté al calor de las brazas en un frio e inmenso desierto nocturno, viaje en mi mente al ritmo de flautas de agua y tambores sagrados, aquí, donde fue mar y ahora son blancas charcas saladas que reflejan el sol y queman la vista. Pensé que me tragaría la tierra donde una vez un meteorito cayó del cielo, pero no sucedió. La leyenda sobre sucesos magnéticos se diluyó, igual que tu presencia en mi realidad. Seguí el viaje persiguiendo el agua que brota caliente de las piedras en el cerro, ese donde antiguos pintaron sus cuevas y hacendados construyeron pilas, también una gran casa donde solo las ruinas permanecieron soportando estoicas el sol de medio día. La llamaban Hacienda de los Remedios, que ironía, ojala hubiera un remedio para olvidar.

Mina

 

―La zona del silencio, no hay pierde ―lo dije inmediatamente y chisqueando los dedos―. Algunos grupos creen que forma una triada mística  junto al Triangulo de las Bermudas y las tierras sagradas del Tibet. Para los amantes de las estrellas este es un gran observatorio, su cielo es tan limpio y libre de contaminación lumínica que en noches sin luna, estrellas y planetas son observados fácilmente. Se dice que su suelo posee minerales que provoca la caída de meteoritos  en esta zona.

Y agregué:

―La Reserva del Bolsón de Mapimí alberga las charcas salinas y también especies endémicas como la tortuga del bolsón y una variedad de plantas que no encuentras en ningún otro lugar.

Toño me interrumpió, dijo que le gustaría saber más de la zona y todas las indicaciones para llegar, y, por supuesto, en dónde quedarse a descansar de manera segura.

Pero primero debíamos terminar de leer el resto de  las cartas.

Estaba ansiosa por descubrir una carta más, y era mi turno de leer, me temblaban un poco las manos cuando tome ese sobre en mis manos, quería sujetar la carta sin prisa y con delicadeza.

 

Llegué al fondo de esta tierra partida  en dos  atravesada por un rio. Intenté seguir el paso de esos pies curtidos y veloces con capullos de mariposas atadas a sus tobillos, imploré y bendecí a los cuatro vientos, supliqué a Reyenari y Metzeka, pero solo les interesaba devorar mi alma sabochi, consumida y oscura como el fondo de la barranca en luna menguante.

Agradecí la ausencia de estrellas y luz de luna que iluminaran tu rostro, aunque fuera en mi memoria. La mañana llegó junto a una culebra de agua, tan violenta que deslavó la tierra del camino y de mi alma. Los dioses me escucharon, a ritmo de violín y pazcol recogí los pedacitos que aun brillaban como plata pura, el río encajonado se encargo del resto.

Mina

 

Lo medite por varios minutos, en la barranca de la Sierra Tarahumara hay varios pueblos con tradición minera, Chinipas, Témoris, Batopilas, pero la mayor cantidad de población tarahumara está en Batopilas; tenía que ser ese el lugar del que hablaba Mina. Debió haber estado ahí en alguna comunidad tarahumara durante la celebración de Semana Santa, ese era el siguiente destino: La Barranca de Batopilas.

Era hora de despedirnos, saldríamos al día siguiente rumbo a Santo Domingo a las 9 de la mañana. Descubriríamos el destino de las cartas restantes durante el viaje.

 

The end.

 

 

 

 

 

Patricia Ramírez García es artista visual, egresada de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua, especializada en maquillaje para televisión y fotografía. Tiene dos exposiciones fotográficas en solitario y muchas otras colectivas. Actualmente trabaja en el Programa de Cultura Comunitaria, en el área  de Interacciones, de la Secretaría de Cultura de México.

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