domingo, 15 de noviembre de 2020

Luis Kimball. Hablar de un futuro cumplido, que viene por nosotros


Hablar de un futuro cumplido, que viene por nosotros

 

 

Por Luis Kimball

 

 

Hablar de la pandemia es hablar de un futuro cumplido, que viene por nosotros. El futuro que creó el neoliberalismo, esa maquinaria sin rumbo, de líderes sustituibles. No se ha integrado una clase obrera internacional y aparecen aún en relieve los campesinos con sus huesos, no abasteciendo colectivos de consumidores con autonomía sobre sus decisiones de economía política.

No me pedirán que hable de salud. Sobran especialistas que solo una cosa tendrán clara, y cualquier cantidad de desacuerdos.

Valeria, enmascarada, me detiene en su bicicleta. Enmascarado, minutos antes del toque de queda, y a distancia reglamentaria, me dice:

―He estado pensando mucho en esto del virus y no creo que con toda la tecnología, con los avances científicos que hay, no hayan hecho una vacuna”.

El nivel de sospecha es desconcertante:

¿Cuál ciencia?

¿Cuál tecnología?

¿Quiénes?

Las vacunas contemporáneas han tardado en desarrollo más de 14 meses, y los apresuramientos preventivos, como en el caso H1V1, dieron muchas muertes innecesarias.

La nube de incertidumbre que comparto con el resto de la especie me deja claro que Chomsky apenas ha hablado y culpado a los gobiernos empresariales, bancarios, las financieras y su dominio del mundo.

Tiempo atrás dejaron de homogenizar productos para dedicarse al gran proyecto del capital: homogenizar al consumidor: la masa se autonombra colectivo, el gobierno deja de ser censor y, como estableció Larsso hacia 1855, la comunicación se autorregula, supongo que por la moral del colectivo, por su necesidad de sobrevivencia. Dejo esto ahí.

Levi apenas abrió la boca; nunca dejará de cuidar su imagen.

Tomo la paleta que me regala. Seguro que cuanto diga y se diga, de lo correcto a lo facineroso, adensará la nube tras la que se ocultan gobiernos y empresas participantes en esta catástrofe. Los responsables.

Los actores secundarios son administraciones de gobierno en sus sistemas de salud en todo el mundo, que no se atreven a contrastar las cifras de ingresos de las aportaciones con su incapacidad para afrontar el gasto médico. Economías preponderantes incapaces de aislar a la tercera edad, de pagar pruebas diagnósticas para el solo evento inicial. En este rubro, solo Alemania marcó la diferencia.

Quién sabe en qué estado mental nos hallamos, enfrentados a nuestra ignorancia. Múltiples universitarios, posgraduados en tercer mundo, hicieron fiestas de contagio.

Por suerte no preponderó su gasto de valentía, juventud y cálculo que iba a mostrar en Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña, cómo adelantarse a la lectura, a los hechos de la naturaleza, pues la lógica no les dio para ver que trataban con una variante viral no conocida ni en sus síntomas secundarios y/o postraumáticos.

No es que yo o nadie supiéramos más en ese momento, pero podemos al menos reconocer nuestra ignorancia.

Sin mayor escrúpulo, hemos seguido mirando que no falta ni un poco del oportunismo para utilizar muertitos y enfermos como bastión electoral. En cualquier parte. No necesito dar ejemplos más específicos. Se cierran escuelas porque los niños y niñas todo tocan, a todos lados van, hablan escupiendo, no aguantan con el cubrebocas, comen con la boca abierta y todo lo chupan y lamen. ¿Y entonces qué hacían los bares abiertos?

O hablar del pasado, la fiebre española (originada en Francia), el Ébola en Nigeria, con contención fronteriza (migrante), sin cura y con gasto mínimo en su investigación. ¿Ya vamos a empezar a hablar de los países africanos?

¿Y si esto hubiera comenzado en el Congo, en Palestina, en Venezuela? ¿Cuánto tiempo hubieran tardado en hacinar y cerrar carreteras, vuelos y puertos?

No quiero extenderme, y algo le debo contestar a la terapeuta, que llevó dos minutos anidando en la cabeza. Nos quedan cinco antes de huir como ratones pegados a la pared o banqueta.

Yo creo que la tecnología para contener una epidemia ya era bien conocida hace mucho tiempo. La peste y la viruela negra casi se detuvieron con el cuerpo, pero en el caso de la peste de Londres, en el siglo XVII, aunque hubo complicaciones secundarias, las pulgas, cerraron caminos y no dejaron que nadie saliera de la ciudad.

Creo que murió la quinta parte de la población y el contagio sí se extendió, pero no es recordada como la peste británica.

Aquí pasaron cosas coincidentes los meses anteriores, en la gestión de acuerdos entre rebajas de aranceles y compromisos de compra por parte de la administración del presidente Trump y el gobierno de China, una forma de boicoteo limitar el desplazamiento de la gran producción de petróleo de Rusia –ya poniéndome conspiranoico–, pero el mes que se desató la epidemia ya habían hecho un trato mejor con entre ellos. Así que quizá por primera vez el gobierno de Estados Unidos, que tanto ha abusado de los países con petróleo, ahora perdió ante un acuerdo asiático mucho más privilegiado y poderoso.

Parece que yo mismo hubiera dado el toque de queda.

¿Entonces tú qué crees?

Que por nada iban a cerrar las carreteras de Wuhan, ni los aeropuertos, ni los muelles de China. Que en plena conciencia se dejó que una epidemia gradualmente se convirtiera en pandemia.

¿Y cuándo tendremos semáforo verde?

Yo no ando en bicicleta, pero supongo que después del rojo…

¿Y después?

Sigue el amarillo.

Ojalá vuelva a haber una mesa de café y platiquemos de epidemias desde la época clásica; ojala estemos ahí.

Ni nos despedimos, que es la nueva cortesía.

 

 

 

 

Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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