sábado, 7 de noviembre de 2020

José Alberto Díaz. Kala Pani

sab/jad

 

Kala Pani

 

 

Por José Alberto Díaz

 

 

You ask me oh God why

'Cause I'm God that's fucking why

Matt Heafy

 

 

Cuando cumplas veinticinco años, participarás en un campo de entrenamiento misionero en la organización All Nations. Sentirás el ferviente anhelo de visitar la isla Sentinel del Norte; tu misión: evangelizar a sus habitantes, aborígenes de tez oscura cuyo agresivo carácter los ha mantenido excluidosdel resto del mundo.

Llamarás a ese territorio “La última fortaleza de Satanás en laTierra”, expresándole a tus amigos el deseo de predicar allá la palabra en cuanto antes, y así cumplir el llamado del deber.

Viajarás a Port Blair, comunidad principal de Las islas Andamán en el golfo de Bengala. Allí recibirás entrenamiento médico y lingüístico, luego habrán de vacunarte. Prepararás tu kit de contacto inicial con tarjetas de imágenes variopintas para comunicarte; presentes para la etnia sentinelese; equipo médico y otros enseres.

No solicitarás permiso ante las autoridades hindús para visitar aquella remota isla del archipiélago Andamán, porque –sabes bien– lo denegarán si lo haces, allí está prohibido poner un pie. Por ello, sobornarás a dos pescadores para que te lleven al lugar vedado, con trescientos dólares habrán de conformarse. Vas a ignorar las advertencias acerca de la peligrosidad de tu objetivo, solo pensarás en una cosa: navegar hasta Sentinel del Norte.

Te embarcarás en un viaje sin retorno, a través del océano índico, salvando escollos con el viento a favor. La barca se detendrá cerca del arrecife de coral, mismo que rodea la isla; vas a llegar remando en una canoa, sin compañía.

Con una mochila sobre tu espalda, la biblia en la diestra y un par de regalos en la siniestra, intentarás comunicarte con la etnia salvaje al primer avistamiento: Mi nombre es John. ¡Los quiero y Jesús los ama! Cuando algunos nativos adviertan tu presencia, desplegarán sus grandes arcos, apuntándote.

Muerto de miedo, dejarás los presentes en la arena para regresar a la canoa. Remarás de vuelta al barco de los pescadores, donde vas a aguardar un instante para replantear tus pensamientos. Al cabo de un rato, desembarcarás otra vez en la isla. Sostendrás la biblia con las dos manos delante de tu pecho y la arrojarás a lo lejos cuando la primera saeta disparada se incruste en ella, apuñalando la escritura que la conforma, desbaratando evangelios, la palabra de Dios.

Una vez más serás presa del pánico por semejante sacrilegio y habrás de olvidar la canoa para volver nadando al seguro navío de los pescadores. Dentro de una hora, creerás escuchar la voz del ungido en tu cabeza.

El mártir te alentaráa predicar el cristianismo, te pedirá desmitificar las absurdas creencias de la tribu feral –aunque no las conozcas–, pues la salvación de sus desdichadas almas solo es posible a través de él. Te burlarás del temor que aprisionó tu espíritu por un momento, y, fiel a tus inmaculados ideales, habrás de pedirle a los sobornados llevarte a la ribera y así ellos puedan marcharse de una vez por todas de la isla, pensando que los sentineleses estarán más cómodos si no hay un barco en la cercanía de la costa.

Antes de adentrarte por tercera vez en la playa, con tu puño y letra reconocerás en tu diario tener miedo, pero valdrá la pena por declarar a Jesús ante los nativos como el verdadero y único Dios, crear lazos y así enseñarles La Palabra y consagrarlos al nuevo testamento: estoy impaciente para verlos adorar al todopoderoso en su propio lenguaje, escribirás entusiasmado.

Con cautela caminarás a través de la frondosa jungla, la cual permanece inalterable desde la llegada de los antepasados de la tribu. Notarás cómo se eleva el terreno gradualmente a medida que avanzas.

Mientras te acomodas al pie de un árbol, sentirás una flecha penetrar en tu pierna. Gritarás de dolor y tus pensamientos van a llamar al Dios omnisciente, quien no te escuchará –más te dolerá su sordera–. Una segunda flecha se hundirá en tu costilla, la misma que le fue arrebatada a tu ancestro para darle forma a su contraparte femenina.

Aullarás al ver la sangre brotando, vas a invocar, entre alaridos, al Dios omnipresente, quien no podrá escudriñar aquella aislada región del mundo en donde te atacan –más te dolerá su ceguera–. Una tercera flecha atravesará tu garganta y, mientras se te escapa la vida de manera lenta y dolorosa, habrás de encomendarte al Dios omnipotente, quien no se molestará en recoger tu alma –más te dolerá su indiferencia–. A punto de exhalar el último aliento, no distinguirás ninguna luz al final del camino, solo tinieblas.

Tu cuerpo inerte, cubierto de flechas como un crecido muñeco vudú de carne y hueso, será arrastrado por los autóctonos. Tu cuerpo exánime no podrá ser recuperado por tu familia, las autoridades hindús no se meterán con la etnia sentinelese por tu desafortunada intrusión. Nadie querrá romper su aislamiento voluntario ni acusarlos de homicidio bajo una legislación ignota para ellos.

No, las autoridades no ingresarán a la isla para reclamar tu cadáver.Choque de civilizaciones, alegarán, consecuencias antropológicas y sanitarias. La hostilidad es un recurso usado por todos. Sucede entre países, pueblos y personas que se ven amenazadas, admitirá un miembro del equipo medio ambiental de Andamán y Nicobar.

Tendrás un consuelo póstumo: las aves de presa no rapiñarán tus restos porque los autóctonos van a enterrarte… ¿no es esa, acaso, una cristiana sepultura?

 

 

 

 

José Alberto Díaz es licenciado en informática. Ha publicado los libros Cuentos para recuperar la cordura y Carta astral para el escéptico. Desde 2007 ha participado en eventos culturales y encuentros de escritores en el municipio de Cuauhtémoc, así como en la capital del estado de Chihuahua. Sus cuentos han aparecido en medios impresos, siendo el más reciente la Revista de literatura, lengua y cultura Ariwá. Durante algunos años participó como articulista en el periódico El Heraldo del Noroeste. Tiene una novela en proceso de traducción al inglés, La copa de nada, misma que se haya en Amazon en formato digital.

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