algo del hubiera
Catalina
Por
Patricia Lozoya
Mi
madre nos enseñó a verle a los ojos, a seguir desde pequeños la magia de sus ojos.
Sus grandes y brillantes ojos. Las cejas bien definidas, hermosamente arqueadas
y los párpados grandes y profundos de sus intensos y sabios ojos.
Nos
instruyó a leer la diferente luminosidad de su mirada y a cobijamos siempre con
su irrefutable autoridad. Nos invitó a confiar en las palabras alentadoras
de luz, a veces dolorosa pero necesariamente correctiva. A veces también
entristecida. Con un dejo de preocupación en ocasiones, que trataba de cobijar
con su sonrisa.
Recuerdo
los ojos de mi madre y su mirada valiente en las adversidades, en la lucha
diaria para dar el pan y educar a una decena de infiernitos; cómo sus párpados
caían reverentes al juntar las manos para orar y agradecer por nosotros. Su
honorable orgullo de pertenencia.
Sus
ojos que vi a veces derramarse, como cuando nos hablaba de su infancia, de la
ausencia de su madre, de la lejanía del padre y la pérdida de dos de sus
retoños.
Uno de
los recuerdos fijos en mi memoria es de cuando tenía yo tres años. Evoco primero
a mi tía Yolanda llevándome en brazos al comercio, mis ojos veían la pared de
adobes muy cerca de mí. Lo último que recuerdo fue una piedra saliente del
muro. Al despertar, me encontraba en brazos de mi madre, su cabello azabache
caía como cortina a un costado, entonces vi el amor marcado en sus ojos
llorosos y sentí (hoy lo pienso que algo así debía ser) el paraíso y nada
podría estar mal.
Desde
entonces busqué ir a descansar detrás de esa cascada que ella representa.
Los
ojos de mi madre eran multifacéticos. Por la mañana nos llamaban a desayunar,
nos urgían para la escuela, daban muestra de solidaridad con los demás, aprecio
hacia la gente. Lanzaban, cuando era oportuno, un manual de correctivos, un
brillo inusual en la sorpresa, una biblia de agradecimiento y un evangelio de
paz y de calma en las tormentas.
Hoy los
hermosos ojos de mi madre todavía nos sostienen, nos mecen con cariño. Y aunque
han perdido lozanía, desfallecen y vuelven a sonreír porque bien sé que les
anima la fe.
Por eso
lo confirmo: no hay fulgor más valioso, para quienes tatuó en su retina, que el
maravilloso portento de los ojos de mi madre.
Martha Patricia Lozoya Nájera comenzó su carrera profesional muy joven en el área de servicios enfocados a lo contable. Durante la formación académica participó en eventos literarios, tanto de escritura como de oratoria y declamación. En 2015 participó en la antología poética Girasoles, sueños y palabras, que incluye a escritoras de diversas ciudades de la república mexicana. Ese mismo año se incorporó al staff de Clave ETR Comunicación en Libertad, equilibrio en movimiento, de Radio Universidad en Chihuahua, en el programa La voz del corazón. Tiene en prensa su libro Con remitente y destinatario, que saldrá a la luz en 2019.
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