lunes, 30 de noviembre de 2020

Patricia Lozoya. Catalina

algo del hubiera

Catalina

 

Por Patricia Lozoya

 

Mi madre nos enseñó a verle a los ojos, a seguir desde pequeños la magia de sus ojos. Sus grandes y brillantes ojos. Las cejas bien definidas, hermosamente arqueadas y los párpados grandes y profundos de sus intensos y sabios ojos.

Nos instruyó a leer la diferente luminosidad de su mirada y a cobijamos siempre con su irrefutable autoridad. Nos invitó a confiar en las palabras alentadoras de luz, a veces dolorosa pero necesariamente correctiva. A veces también entristecida. Con un dejo de preocupación en ocasiones, que trataba de cobijar con su sonrisa.

Recuerdo los ojos de mi madre y su mirada valiente en las adversidades, en la lucha diaria para dar el pan y educar a una decena de infiernitos; cómo sus párpados caían reverentes al juntar las manos para orar y agradecer por nosotros. Su honorable orgullo de pertenencia.

Sus ojos que vi a veces derramarse, como cuando nos hablaba de su infancia, de la ausencia de su madre, de la lejanía del padre y la pérdida de dos de sus retoños.

Uno de los recuerdos fijos en mi memoria es de cuando tenía yo tres años. Evoco primero a mi tía Yolanda llevándome en brazos al comercio, mis ojos veían la pared de adobes muy cerca de mí. Lo último que recuerdo fue una piedra saliente del muro. Al despertar, me encontraba en brazos de mi madre, su cabello azabache caía como cortina a un costado, entonces vi el amor marcado en sus ojos llorosos y sentí (hoy lo pienso que algo así debía ser) el paraíso y nada podría estar mal.

Desde entonces busqué ir a descansar detrás de esa cascada que ella representa.

Los ojos de mi madre eran multifacéticos. Por la mañana nos llamaban a desayunar, nos urgían para la escuela, daban muestra de solidaridad con los demás, aprecio hacia la gente. Lanzaban, cuando era oportuno, un manual de correctivos, un brillo inusual en la sorpresa, una biblia de agradecimiento y un evangelio de paz y de calma en las tormentas.

Hoy los hermosos ojos de mi madre todavía nos sostienen, nos mecen con cariño. Y aunque han perdido lozanía, desfallecen y vuelven a sonreír porque bien sé que les anima la fe.

Por eso lo confirmo: no hay fulgor más valioso, para quienes tatuó en su retina, que el maravilloso portento de los ojos de mi madre.

 





Martha Patricia Lozoya Nájera comenzó su carrera profesional muy joven en el área de servicios enfocados a lo contable. Durante la formación académica participó en eventos literarios, tanto de escritura como de oratoria y declamación. En 2015 participó en la antología poética Girasoles, sueños y palabras, que incluye a escritoras de diversas ciudades de la república mexicana. Ese mismo año se incorporó al staff de Clave ETR Comunicación en Libertad, equilibrio en movimiento, de Radio Universidad en Chihuahua, en el programa La voz del corazón. Tiene en prensa su libro Con remitente y destinatario, que saldrá a la luz en 2019.

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