Foto Pedro Chacón
Cortina de lágrimas
Por María del Refugio Sandoval Olivas
Hay momentos que la luz se extingue ante el fulgor de la oscuridad; el conocimiento de las cosas se pierde en el ramaje de la incomprensión y no penetra un raya la razón. Se ensombrece el pensamiento y caen gotas de pesadumbre.
El equilibrio, que permite el balance de pensamientos y emociones, se encuentra tambaleante e incierto; hábitos y rutinas cual preámbulo a la fijación de conductas han sido modificados; la relación con la otredad es una amenaza; la fragilidad entre salud y enfermedad pende de un hilo; el miedo a la muerte es más intenso que nunca; me reconozco vulnerable; con miedo de perder a mis seres queridos o extraviarme en las brumas del olvido.
Las noches son el preludio de insomnio y pesadillas. El miedo se apodera de mis huesos, estoy expectante escuchando los ruidos y respuestas de mi cuerpo.
Los días tienen un flujo diferente, estático, con una dimensión de pesadumbre y expectación. Las celebraciones familiares y culturales se rigen por la frialdad de las cámaras; las interacciones se posesionan de la imagen, la palabra, pero falta el calor y la emoción de la cercanía.
La profusión del canto de los pájaros llega nítida a mi conciencia; mis sentidos se han enaltecido, mi espíritu se encuentra expectante, despierto, para gozar el instante y aprisionar el momento vivido.
El aire circundante se convierte en cómplice del ayer, trayendo el baúl de los recuerdos, las sombras de los muertos, las risas, y socialización con los míos; hay un río cubierto de lágrimas que baña a los muertos y a los vivos.
La evitación se ha convertido en mi cómplice, huyo de noticieros, trato de escabullirme en las sombras de la ignorancia, para evitar el horror, incertidumbre y desazón que causa este infortunio.
Los planes se han aplazado, todo ha quedado estático, suspendido, ocultando el rostro, alejándose de hábitos y rutinas, quedando en el limbo.
No puedo acompañar en su pesar amigos que despiden a sus seres queridos. Tampoco evitar el preguntar la causa del deceso, si hubo contagio, o el observar a ese monstruo invisible en el roce de otro cuerpo con el mío.
Grandes pérdidas se están enfrentando, hay inmensos desafíos. El primero es sobrevivir y no enfermar, conservar el empleo, que el sueldo alcance, que la violencia frene y la corrupción se acabe.
Vivir sin miedos, sin incertidumbres. Gozar el abrazo y volver a experimentar lo que ya teníamos y no sabíamos valorarlo a profundidad.
Quiero que mi voz cimbre montañas, que los ecos taladren las entrañas de la tierra, que se eleven por el firmamento y se encuentre la vacuna que terminará con este tormento.
María del Refugio Sandoval Olivas es doctora en educación. Ha publicado los libros Anhelos, sueños y esperanzas (2010), Una rosa sin espinas (2011) y Dulce (2018). Su obra aparece en varias antologías. Es columnista de El sol de Parral y escribe el blog de literatura
Gracias por este espacio. Hoy más que nunca debemos hermanarnos con las letras.
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