martes, 3 de noviembre de 2020

Requiem para aquellos que perdieron la vida en pos de otras. Martha Estela Torres Torres

Foto Pedro Chacón

Requiem para aquellos que perdieron la vida en pos de otras

 

 

Por Martha Estela Torres Torres

 

 

La pandemia llegó inesperada con su sombra inclemente. Poco escapa a su cuadrante. Con ella la enfermedad y la muerte vienen de la mano. La afectación económica, desequilibrio emocional y psicológico de muchos por la incertidumbre, temor y encierro son parte de sus dominios.

Ante ella se dieron diversas reacciones, las de aquellos que no creyeron en ella y tampoco les importa la vida de los demás. Las de otros que, creyendo, trataron de ignorarla, aunque ahora se arrepienten. Y la tercera, la reacción de los prudentes que, asumiendo su responsabilidad propia y social, se disciplinaron ante las medidas de seguridad recomendadas por los médicos.

La poca y diversa información que tuvimos al principio se contradijo por la autoridad federal en varias ocasiones, de tal forma que la conducta de los habitantes resultó incorrecta sin tener una directriz que nos orientara mejor o exigiera mayor responsabilidad civil ante una contingencia de esta magnitud.

Tuvimos el ejemplo de los países que nos antecedieron con la visualización y los reportes reales sobre las consecuencias de la pandemia y ni eso nos sirvió para experimentar en cabeza ajena. Porque además de la ausencia direccional, las fatales consecuencias que ahora sufrimos se deben en mayor grado a la falta de congruencia y seguimiento en la aplicación de medidas preventivas.

Se manifiesta en nuestro proceder la indisciplina en varios sentidos. No tuvimos la voluntad de acatar las recomendaciones de especialistas ni de autoridades. Aunque muchos estuvimos en guardia o en reclutamiento, otros aprovecharon para seguir su vida de fiesta y júbilo como si nada estuviera pasando.

Una cosa es ir al trabajo y con cautela reactivar la economía, y otra actuar como si todo siguiera normal.  

Pero la realidad se impone y fueron enfermando injustamente muchos que estaban obedeciendo, pero sus hijos, hermanos o nietos no lo hicieron y les llevaron la muerte exactamente a domicilio. Hay cierta culpabilidad de aquellos que no revelaron la verdadera fuerza del Covid, con la tibia justificación de no crear pánico, pero pánico es ahora la realidad donde tantos y tantos habitantes han muerto de todas las edades, predominantemente mayores.

Parece como si en esta pandemia se aplicara la ley natural de supervivencia ante el hecho casi milagroso de respetar la vida de niños y jóvenes para continuar la especie. 

El mundo entero está enfrentando una enfermedad desconocida y mortal. Es impresionante ver el proceso, su magnitud e impacto, porque las dimensiones que se van revelando son mayores a las de especialistas, científicos e investigadores que pudieron predecir sus efectos cuando se alertó al mundo.

Lamentablemente hay aumentos de casos, grandes pérdidas económicas, escasez de empleos, más de un millónde defunciones y más de 46 millones de casos en el mundo. Y siguen aumentando cifras en muchos países. Concretamente en nuestro estado de Chihuahua, que regresó al semáforo rojo, tenemos más de veinte mil casos y 1700 muertes hasta la fecha. Ahora se aplicarán medidas más drásticas.

Sin duda la situación es más grave ahora, el mundo está en agotamiento, saturadas las instituciones y hay la pérdida irremplazable de médicos. La economía afectada en partes y paralizada en otras. La educación avanzando en una rueda lenta e improvisada donde los padres con sus propios recursos, tiempo y entender tratan de colaborar en este complejo proceso.

Se suman a estas calamidades, ya de por sí bíblicas, las decisiones del gobierno federal que retira apoyos a la investigación científica y médica, además de otros rubros importantes, pero el de salud es primordial y estamos sin suficiente equipo ni ventiladores; ahora con menos médicos y personal de salud que al inicio de la pandemia.

La paradoja es impresionante, pues, ante la indiferencia de la multitud y el asombro de muchos, sobresale heroicamente la de aquellos que siguen refrendando su vida para aliviar el sufrimiento, tratando de salvar vidas, soportando jornadas extenuantes de trabajo, vigilia, cansancio, y, lo más desafiante, enfrentar día a día el contagio en zonas de alto riesgo.

Desgraciadamente, cumpliendo con su deber en el campo de batalla, muchos han sucumbido ante el  virus que destruye inmisericorde con su efecto apocalíptico. Este virus silente no respeta nombre ni condición social, ataca injustamente a los más solidarios de esta guerra sin cuartel y contra un extraño enemigo invisible.

En Chihuahua capital murieron, solo en el pasado mes de octubre, nueve médicos. Ahorita están internados 12, algunos graves. En su domicilio se recuperan siete más de diferentes especialidades que incluso no tienen que ver nada con terapia intensiva ni áreas de Covid.

Finalmente nos queda una experiencia amarga, la separación cruel entre familiares, especialmente abuelos y nietos, aumento de trabajo en casa, tensión e incomodidades debido al aislamiento; niños y jóvenes pegados al celular o la televisión, que limitan sus actividades y su pensamiento.

Ojalá ahora sí tomemos en serio esta pandemia y decidamos con firme voluntad respetar espacios y acatar disposiciones de salud y de gobierno para sobrevivir, porque tal vez vivamos así por quién sabe cuánto tiempo hasta que se descubra la efectividad de una vacuna y se comprueben los efectos secundarios de la misma, que tardarán en aparecer.

Requiem para aquellos que han muerto sin un beso, una palabra de consuelo, sin despedirse de sus seres queridos, que a la vez sufrieron una dolorosa e inesperada separación. Por ellos, por todos esos hermanos que murieron en abandono en una sala fría de hospital, en esa cruel encrucijada donde la muerte los increpó en silencio, vaya nuestra oración, nuestro reconocimiento y gratitud. Vuelen sus almas al cielo infinito, vuelen hacia el reino de los justos, porque sus mejores obras, su amor y generosidad quedarán impresos en nuestro recuerdo y en nuestro corazón por siempre.

 

 

 

 

 

Martha Estela Torres Torres tiene licenciatura en letras españolas y maestría en humanidades. Entre sus libros publicados están: Hojas de magnolia, La ciudad de los siete puentes, Arrecifes de sal, Cinco damas y un alfil, Pasión literaria y Árboles en mi memoria, Seis lustros de letras y La cólera del aire. De 2009 a 2018 fue profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras y acutalmente es editora en la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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