domingo, 1 de noviembre de 2020

Iván Carlos. De pandemias, rumores y gurúes

Foto Pedro Chacón

De pandemias, rumores y gurúes

 

 

Por Iván Carlos

 

 

En la última reunión de amigos que tuvimos el año pasado, allá por diciembre, mi compadre Rubén y yo comentábamos que pertenecíamos a una generación muy cómoda e históricamente aburrida, que si bien habíamos sido testigos de sucesos y procesos relevantes y algunos hasta trascendentes, como la caída del Muro de Berlín, la revolución de las comunicaciones, desde las transmisiones vía satélite hasta la creación, consolidación y expansión del internet, las dos guerras del golfo o la caída de las torres gemelas, no habíamos presenciado acontecimientos de escala global que nos cimbraran como sociedad o como especie, que impactaran al punto de cambiar nuestra forma y concepción de la vida radicalmente.

Entonces llegó el 2020, un año cargado de proyectos y promesas, como suelen ser los años que marcan los inicios de las décadas. Parecía que nuestras vidas seguirían como siempre, continuaríamos concretando proyectos presentes y cultivando sueños con miras al futuro. Todo iba bien, sin sobresaltos.

Sin embargo ya se escuchaba, como se escuchan tantas cosas en la vorágine de la información –igual reales que conspirativas–, y en un principio muy veladamente, acerca de un virus que había contraído una persona después de comerse a un inocente murciélago, allá por la lejana China, tal y como en los ochentas alguien que amaba a los simios le abría la puerta de nuestro ADN al SIDA, con toda una carga inicial de especulación, rumores más virales que el propio virus, y posteriores descubrimientos que fueron paulatinamente brindando certezas acerca de la enfermedad hasta lograr una virtual contención y buena calidad y expectativa de vida a las personas contagiadas que prevalecen a la fecha, aunque la enfermedad nunca fuera erradicada.

Las advertencias de profesionales y sistemas de salud, respecto al virus SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad del COVD-19, no se hicieron esperar, pero las legítimas y científicamente solventes se confundían con las especulativas, que eran por supuesto más numerosas, unas en el sentido de generar alarma y temor apocalíptico, y otras en el ánimo de negar el problema, posicionándolo como un complot de control social y económico a escala global, orquestado por oligarquías políticas y mercantiles.

Al final y pasados un par de meses, el único ganador fue el virus que logró expandirse exponencialmente por todo el mundo, pasando dramáticamente de epidemia a pandemia y causando hasta hoy millones de muertes y estragos en los sistemas de salud a nivel global, sumados a las funestas contingencias sanitarias, sociales, sicológicas y económicas que de manera creciente se han estado sufriendoa lo largo del año, y que no sabemos por cuánto tiempo más tendremos que resistir.

Hasta aquí el recuento, pero en materia de comunicación, que es mi rango de experiencia, me atrevo a preguntar, ¿qué hay más allá del fenómeno?, ¿qué tuvo que pasar para que nos diéramos cuenta de lo que realmente estaba ocurriendo?, ¿cuántas personas tuvieron la puntería de acertar en cuál era, de todo el abanico informativo, la versión más verídica de esta situación?

Sobra decir que vivimos en un mundo comunicacionalmente globalizado, pero estas enormes, dinámicas y casi milagrosas posibilidades de intercomunicación conllevan de igual forma áreas de oportunidad, por decirlo amablemente, donde personas, grupos, empresas o instituciones aprovechan para esparcir como pólvora mensajes que solo atañen a sus propios intereses, filias, fobias, emociones u ocurrencias, menoscabando el sentido de la verdad y del bien común, y desinformando a niveles muy peligrosos cuando de salud y seguridad se trata.

Ahora somos testigos de un demérito de lo científicamente comprobado y de una ciega credulidad en remedios caseros y productos milagro, de una infravaloración de personas otrora prestigiadas por sus logros académicos, en contraposición con la ascensión al nivel de gurúes, de youtubers, comentaristas mediáticos y facebookeros pontificantes, cuyas aseveraciones carecen por completo de rigor científico o de sustento teóricoy estadístico, pero son tomadas como verdad absoluta por cientos de miles de personas que imploran por una verdad a la cual aferrarse.

Las instituciones que se esfuerzan por enfrentar el problema con medidas científica y estadísticamente validadas, se ven aplastadas por la desconfianza de los usuarios debido al inmenso historial de corrupción que al pasar de los años y las décadasles ha tatuado un estigma, de tal modo que esté quién esté al mando, y haga las cosas como las haga, la gente les niega crédito y llena los vacíos informativos, cognitivos y de confianza con datos irreales y especulativos que resultan ser, a pesar de su forma y su origen, más creíbles, por absurdo que ello parezca.

Nos encontramos en un túnel cuya luz al final, por lejana, se aprecia apenas como un punto más o menos brillante; desinformados por convicción propia, defendemos a ultranza nuestra ignorancia y nos mostramos rebeldes ante medidas sanitarias convocadas por las instituciones, salimos de casa por placer y no por necesidad, no respetamos la distancia en filas, oficinas y mercados, convocamos reuniones sociales por centenas cada fin de semana; aún con el semáforo rojo tomamos la ley seca como una invitación a llenar el garaje de cartones de cerveza, usamos el cubre bocas como requisito administrativo y con la nariz de fuera para evitar una multa, mas no para cuidar nuestra salud y la de las demás personas.

Como en aquella helada negra de hace algunos años en Chihuahua, con los artículos de plomería, los comerciantes sacan lo peor de sus mañas para hacer dinero a costa del miedo y la necesidad, incrementando precios de artículos otrora baratos como cubre bocas, guantes, medicamentos, productos de limpieza o desinfectantes, y ocultándolos para simular escasez o fabricando versiones de ínfima calidad para vender barato y en masa.

El consumidor también pone su granito de arena al realizar compras de pánico y acaparar productos, cuando sabemos que, como en cualquier asunto delicado que nos compromete como  sociedad, más que en el despilfarro, la rebeldía y la negación, la solución está en la disciplina, el cuidado, la empatía por las y los demás, en la solidaridad comunitaria, y sobre todo, al ser esta una contingencia sanitaria, en la obediencia a las instrucciones legítimas e informadas que nos brindan las personas profesionales de la salud que, por cierto, se quemaron las pestañas por varios años para serlo.

Al final, lo que se diga es letra muerta, gritos de quien advierte que viene el lobo, pero su voz es ensordecida ante el bullicio de la insensatez que la masividad, de la mano con los nuevos gurúes de las redes sociales, arrastra tras de sí.

Pero no nos preocupemos, todo pasa y todo queda, que nos traigan otra pandemia y muchas más, al fin que “el virus no existe”, que “a mí no me va a pasar nada”, que “en mí no aplican las reglas” y que al final, si me toca, el dióxido de cloro “sólo cuesta cien pesos”.

 

 

 

 

 

Luis Iván Carlos Hernández es licencia do en ciencias de la comunicación por la Universidad de Guadalajara. Estudió la maestría en mercadotecnia en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue coordinador de difusión en el Departamento de Extensión Universitaria de la U de G, creativo en la Agencia de Publicidad PAJSA, en Guadalajara, (guiones radiofónicos, frases publicitarias, conceptos para diversas campañas y reportajes). Funcionario en el Instituto Chihuahuense de la Cultura. Actualmente es jefe del Departamento de Artes de la Secretaría de Cultura de Chihuahua.

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