domingo, 1 de noviembre de 2020

Renée Nevárez Rascón. Buscar la luz

Foto Pedro Chacón

Buscar la luz

 

 

Por Renée Nevárez Rascón

 

 

Escuchamos las sirenas a todas horas, ya ni siquiera nos sobresaltan. No hace mucho que sonaban por otras razones igualmente tristes. De todas formas, ya no podíamos caminar libremente por las calles.

Ahora tenemos un miedo distinto: el de respirar.

No sé qué pasa con el mundo, ¿se trata de extinguirnos de todas las maneras posibles? Amenazados con un arma, intoxicados, contagiados, muertos de hambre. El caso es que estamos finalmente acorralados, refundidos en el temor, en el recuento de la desgracia, que las noticias se empeñan en detallarnos con imágenes aterradoras. Nunca fue la vulnerabilidad tan profundamente verdadera.

Los caminos, que los pasos horadaron, están ahora quietos, con el lomo calvo de cara al sol. Las paredes de las iglesias, que el humo del tiempo había desfigurado, se cruzan de brazos ante el eco fantasma de la vida vivida ahí, en la ningunía que fuimos, codeándonos por esas calles.

Las bardas se permiten ser derramadas por las últimas, radiantes octubreras, pero no hay testigos. Las campanas de los templos no repican, las serenatas debajo de las ventanas han enmudecido; queda solamente la voz de las sirenas que anuncian la muerte, que sueltan sus alaridos como La Llorona de nuestras leyendas.

Ese monstruo hecho de sustancias tóxicas, de balas, virus, miedos y rabias, circunda por nuestras calles. Sus ojos son nuestros propios ojos, asechando en la oscuridad y su mano infinita corre por las avenidas como una serpiente de mil cabezas.

Sin embargo, ante todo esto, tendríamos que salir más puros de nuestras propias lágrimas, de tantos sin abrazos, de esta impaciencia y este íntimo temblor que nos perfora las entrañas. Para que un corazón se abra, primero debe romperse, dijo un sabio.

Nuestro endeble barquito de papel no ha culminado su travesía por el océano, pero cruzarlo, navegar cada noche en la masa de sus aguas, nos da una perspectiva que de otra manera jamás conoceremos.

Tal vez la vida se trate de avanzar a pesar de todo y, como el tallo de las flores que se abre paso bajo la tierra, elevarse. Y esa resiliencia de los árboles que crecen en la ranura de la piedra, esa locura de la rosa por fundirse en la flama de su pasión transitoria, sea tal vez lo único que cuenta: buscar la luz, donde quiera que esté, como los girasoles.

 

 

 

 

 

Renée Nevárez Rascón escribión para El Heraldo de Chihuahua, el libro Los escritores de Chihuahua en 1982 y en la revista Letras y algo más”. A lo largo de su carrera, colabora con numerosos músicos y poetas, poniendo música a sus versos o versos a su música. En 1992 viaja a España, donde radica por 20 años, y publica dos antologías con poetas valencianos: La primera en la colección Algo que decir, del Ateneo Blasco Ibáñez de Valencia; la segunda en Caminos de la palabra”, con la Fundación Max Aúb en Segorbe. A su regreso a México es invitada a participar en la antología Todo es posible, y luego publica su primer libro en solitario, llamado Marea del naufragio. Posteriormente es invitada a participar en el colectivo cultural Voces de mi región, en la que forma parte de la organización del Festival de poesía de Chihuahua. En este colectivo, la poeta funge como periodista cultural y presentadora, además, es editora de la revista Voces y de papel, así como de Voces y letras, en la que se presentó una antología de poesía infantil llamada Poesía para iluminar, de la cual es también editora y colaboradora. Prepara una publicación de dos libros más, llamados Luciérnagas en la noche del alma y El Septentrión”. Actualmente es maestra de canto y cantante profesional.

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