el libro de las cosas perdidas
Escena de un crimen
Por Giorgio Germont
Me despertó el teléfono. Reconocí la voz angustiada de mi esposa:
—Alo, cariño... se murió mi mama.
—Dios mío, que terrible, lo siento mucho, mi amor.
—Vuelve pronto. Me haces falta.
*
Eran las cuatro de la mañana se me espantó el sueño. Por mala suerte, estaba fuera de la ciudad en un curso de capacitación para maestros de historia. En la austera cámara del motel me vinieron a la mente escenas de la vida de mis suegros.
Ella padeció una enfermedad debilitante que les robó diez años de sus vidas. Mi suegro no se apartó nunca de su lado. Entre sueños malogrados recordé también escenas tristes de mi infancia. Por la mañana emprendí el retorno a casa.
*
Al tercer día nos vimos en una moderna funeraria sobre una amplia avenida de la ciudad. Una nutrida concurrencia asistió a la misa de cuerpo presente. Después del pésame, me senté en una sala adornada con ramos de lirios y crisantemos. En una mesa de centro había café y galletas. Varios hombres de traje oscuro andaban por la sala mientras las damas rezaban un rosario en la capilla.
Entre los asistentes reconocí a un caballero de edad avanzada, el Capitán Valverde. Se sentó a mi lado. Tenía su pelo rubio muy corto, peinado hacia atrás; delgado y de facciones recias, ojos azules y tez rubicunda. Vestía un terno de color café y zapatos muy bien lustrados. Él había sido amigo de la familia de mi esposa por muchos años. Inicié la conversación, le pregunté:
—Que era lo que más le gustaba de su trabajo en la policía, Capitán?
—El servicio secreto era fascinante —respondió.
—Por qué?
—Cada investigación es distinta, y a la vez todas son iguales. Se busca el motivo, se identifica a quién le beneficia el crimen; de ahí se desgaja la naranja. Con frecuencia los más cercanos al difunto son los primeros sospechosos. Una vez comenzada la investigación, analizaba todos los detalles para resolver el caso. Sentía la necesidad de darles atención a los familiares de las víctimas, que el culpable fuera capturado y juzgado. Tuve casos memorables, aún me parece que los sigo viviendo. Pero los que no resolví todavía me duelen.
—Seguro, le tocaron épocas de policía y otras de detective.
—Lo primero fue el gusto de haber sido un servidor público. Nunca me gusto la política. Conocí de cerca personajes importantes. Un día me tocó hacerle valla al presidente Lyndon Johnson, cuando vino inaugurar las instalaciones del Chamizal, aquí en Ciudad Juárez. Lo vi de cerca, a unos pasos de mí. Era muy alto el presidente, un tejano mal encachado. Hubierapreferido mil veces conocer a Kennedy.
—¿Por qué?
—Kennedy fue un hombre cálido y muy valiente. El primer presidente católico de los americanos. Por eso me dolió tanto su muerte.
—Fue el crimen del siglo —le comenté—, y sigue siendo un misterio.
—¿Por que dice eso? Está claro que lo mató un fanático comunista —me dijo con energía.
—Quedan muchas dudas. Todas las pistas se han investigado y todavía no hay una explicación satisfactoria del verdadero responsable.
—Yo estaba de turno en el servicio cuando ocurrió el asesinato —dijo el Capitán.
Los americanos cerraron la frontera de inmediato. Fue un caso difícil. Imagine usted lo complicado de la investigación: Fue un asesinato al aire libre, con miles de testigos en el perímetro. El cuerpo de la víctima se lo llevaron lejos de la escena del crimen, y todo sucedió en un santiamén. Fue un reto imposible de resolver para los americanos, a pesar de que tenían a los mejores detectives.
*
El comentario del Capitán me hizo recapacitar unos días después en cómo a través de mi vida los asuntos de los Kennedy han tenido importancia. Recordaba, por ejemplo, la madrugada del 9 de noviembre de 1960, cuando yo tenía 8 años.
Estaba en la cocina de la casa de mi abuelo escuchando radio. Él tomaba una taza de café a las 5:30 de la mañana, sintonizaba la radio telefunken de onda corta. Oíamos las noticias las elecciones americanas. Fue la victoria del primer presidente católico, y el más joven de la historia. Mi abuelo y yo nos abrazábamos de gusto. El presidente número 35 de los EUA salía victorioso, y como lo dijo el mismo Kennedy: La antorcha se había pasado a una nueva generación. Una generación joven y dinámica, daba la sensación de que todo era posible en este mundo, hasta viajar a la luna y mantener la paz con diplomacia y respeto.
Años después, en los ochentas, visité la Biblioteca Presidencial Kennedy, un edificio moderno situado en la playa de Dorchester, en la bahía de Boston. La visita al museo fue una ocasión extraordinaria. Admiré aquella foto clásica de los dos hermanos Kennedy discutiendo en privado asuntos de Estado. También otra foto del presidente a solas en el salón oval, en conversación telefónica con el presidente ruso Nikita Khrushchev. Fue tomada durante la ocasión que pudo haber desatado la tercera guerra mundial, el bloqueo naval de Cuba. Fue la crisis de los misiles atómicos y el avance comunista en las Américas.
Pude escuchar también las voces acaloradas del presidente y el gobernador de Alabama, George Wallace, un declarado racista, con motivo de la matriculación del primer estudiante de raza negra a la universidad estatal. El presidente apoyó a ese joven de color y amenazó al gobernador con mandar la tropa y hacer respetar los derechos, imponer el orden en Alabama. Se sentía en su voz un compromiso intenso en defender los derechos civiles de los afro americanos, y en general de los oprimidos.
Dorchester fue escogido para la biblioteca presidencial porque era el Barrio de irlandeses católicos del que surgió el presidente. Su abuelo fue alcalde de Boston en los albores del siglo XX, el muy querido John Francis Fitzgerald, apodado “HoneyFitz”, fue un líder demócrata popular y carismático, padre de Rose, la matriarca del clan.
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En otra ocasión, en la ciudad de Dallas, visité el museo que está en el sexto piso del antiguo edificio del depósito de libros del estado de Texas. Pude observar de cerca el nido de francotirador que había preparado el sospechoso del crimen. Se había apostado junto a una ventana con magnífica vista de la calle Elm. El sospechoso había formado parte de la milicia americana, tenía entrenamiento de francotirador. Sus marcas en el servicio reflejaban 96% de certeza en los tiros a 60 metros de distancia. Es así que logró acertar en una fracción de segundo en contra de la comitiva presidencial.
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Aún hay dudas acerca del origen del tiro de gracia, el que impactó a John Kennedy en la región occipital de su cráneo. Muchos expertos han declarado que ese tiro emanó de otra dirección. No cabe duda que Oswald atacó al presidente, pero hay dudas acerca de ese disparo en el cráneo. Esa bala no se encontró, testigos oculares y expertos en balística aseveran que emanó de la colina del jardín de la plaza Dealey.
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El Viernes 22 de noviembre de 1963, la comitiva del presidente Kennedy, en su campaña de reelección, se acerco a lenta velocidad a la plaza Dealey. La muchedumbre de admiradores gritaba llena de júbilo y algarabía, era una concurrencia familiar. Por decisión expresa del presidente, la trayectoría se hizo en el auto presidencial sin capota.
En el asiento trasero viajaban John F. Kennedy y su esposa Jacqueline Bouvier de Kennedy. En el asiento del frente iba el gobernador de Texas, Jon Connally, y su esposa Nellie. En la calle Main doblaron a la derecha 90 grados, y luego lentamente hacia la izquierda sobre la calle Elm, frente al edificio de los libros.
Ese viraje pronunciado los orientó en un trayecto en declive que termina bajo un puente. A las doce y treinta se escucharon tres disparos. El presidente Kennedy se convulsionó.
Primero sufrió un espasmo hacia adelante y luego un impacto en la cabeza que lo impulsó hacia atrás, hacia su izquierda. Bañado en sangre se desplomó inerte sobre el regazo de su esposa. En medio de un tremendo pandemónium, la comitiva se dirigio a toda velocidad hacia el hospital Parkland.
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Dealey fue uno de los fundadores de la ciudad de Dallas. En la plaza que lleva su nombre se juntan tres avenidas. Hay arboledas en las aceras, robles cenizos. Existe un hemiciclo sobre la mano derecha y una piscina ovalada sobre la izquierda. Está rodeada la plaza de edificios al estilo del siglo XIX. Las paredes son de ladrillo marrón con ventanales verde oscuro y cornizas de cantera gris.
Los mismos edificios aun están de pie el dia de hoy. Lo que fue entonces el depósito escolar de libros del estado de Texas está en la esquina de la Elm y Main. Es un inmueble adusto con una gran escalinata en el frente y un total de siete pisos.
Cuando sonaron los disparos, testigos declararon haber visto el cañón de un rifle asomar por la ventana de la esquina del sexto piso. Otros vieron un fogonazo procedente de la colina de la plaza Dealey.
Momentos después del atentado, un policía detuvo en el segundo piso del edificio a un sujeto joven de pelo negro. Portaba un carnet de identificación, confirmó ser un empleado del depósito. El agente lo dejó salir. Minutos después, los detectives del servicio secreto acordonaron el edificio y tomaron lista de asistencia de los empleados. Faltaba solamente uno, Lee Harvey Oswald.
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El presidente nunca recobró la conciencia. El trayecto de la comitiva al hospital del condado Tarrant, El Parkland, se realizó en minutos. Ahí estaban acuartelados los especialistas de la institución, como es la costumbre durante visitas de altos funcionarios a la ciudad. El herido fue socorrido de inmediato en la sala de trauma. Jacqueline Bouvier permaneció al lado de su marido mientras los cirujanos lo intervenían. Ella estaba sentada en una silla junto a la camilla del enfermo, sostenía a su marido de un pie. Los cirujanos examinaron las dos heridas, cubrieron la masa encefálica y a través de la herida del cuello, le introdujeron un tubo en la tráquea para asistir la respiración.
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En el barrio de Oak Cliff, a unas cuantas cuadras de la plaza Dealey, un policía detuvo a un sospechoso en la acera. La noticia del ataque corría por la radio policiaca. El individuo sacó un revolver y disparó. JD Tippett, el oficial, quedó malherido en la acera. El pistolero se refugió en un cine, pero fue detectado. El arresto tuvo lugar a la una y cincuenta.
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A la una con treinta y ocho minutos, el reportero televisivo Walter Cronkite, de la cadena CBS, transmitió la noticia a la nación,
—Información de último minuto desde Dallas, Texas: Al parecer ya es oficial. El presidente Kennedy falleció a la una de la tarde, tiempo del centro.
El reportero se quitó los anteojos después de leer el parte y dio un gran suspiro, cubriéndose la cara. El mundo entero, consternado, ya seguía la noticia del crimen.
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A las dos y treinta y ocho, en el interior de la aeronave Air Force One, la juez Hughes le tomo el juramento a Lyndon Baines Johnson, originario de Texas, vice presidente. Fue testigo de la ceremonia la señora Bouvier viuda de Kennedy, quien mostraba un semblante de absoluta desolación, pero guardó la compostura a pesar de que su atuendo color de rosa estaba manchado con la sangre del presidente.
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En contra de los reglamentos del condado de Tarrant, los agentes federales prevalecieron sobre el personal estatal, logrando llevar consigo en la aeronave el cuerpo sin vida. Visiblemente alterados, los miembros presentes del gabinete se dirigieron a la ciudad de Washington, querían abandonar Dallas de inmediato.
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Las investigaciones forenses las realizó el cuerpo médico del Hospital Naval de Bethesda, en el estado de Maryland. Es la institución donde por tradición se atienden los cuidados médicos de los presidentes. Esa misma noche se le practicó la autopsia.
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Lyndon Johnson de inmediato se hizo cargo de los deberes de la Casa Blanca y comunicó a la nación que el escalafón de mando estaba bajo control.
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Los interrogatorios de Lee Harvey Oswaldresultaron un fiasco. El individuo negó haber participado en el magnicidio y declaró haber sido un chivo expiatorio. Nada confesó.
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Gradualmente, señales de duelo fueron presenciadas en todo el mundo. Dirigentes de todas las naciones, excepto Cuba, Mandaron expresiones de luto y se unieron al dolor de la viuda y la nación americana. La viuda Kennedy se retiró a guardar su luto en silencio, en compañía de sus familiares.
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El veinticuatro de noviembre, la policía de Dallas se dispuso a trasladar al sospechoso a una prision de máxima seguridad. Oswald salió esposado, rodeado de agentes; vestía un suéter negro. Dos guardias lo llevaban uno a cada lado.
Antes de subirlo al vehículo, de entre la muchedumbre apareció un individuo vestido con un abrigo negro y un sombrero gris; se adelanto pistola en mano y le gritó por su nombre, “Oswald !”
Este alzó la cara y frunció el ceño, se encogió, trató de cubrir su cuerpo con los brazos. El asaltante le puso el revolver en las costillas y le disparó a bocajarro.
Un fotógrafo capturó la imagen a las 11: 21 de la mañana. El fogonazo iluminó muy blanca la cara descompuesta de Oswald contra el marco. Se dobló de inmediato y dos agentes se abalanzaron sobre el pistolero. Otros subían al vehículo el cuerpo malherido del presunto autor del magnicidio, que había sucedido 47 horas antes.
Al llegar al HospitalParkland, los mismos médicos que atendieron a Kennedy hicieron todos los esfuerzos posibles por salvar al presunto asesino. Fue todo en vano, Oswald falleció por una herida de proyectil de arma de fuego a las dos y veinte, en la sala de trauma del Parkland Memorial.
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El 25 de noviembre hubo tres inhumaciones. El agente Tipitt, Lee HarveyOswald y John Fitzgerald Kennedy fueron sepultados el mismo día.
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El cortejo fúnebre del presidente desfiló por las calles de Washington y apareció en pantallas de televisión del orbe entero. Al funeral de Oswald asistieron siete personas; todos eran reporteros asignados a cubrir la inhumación.
Cuenta una anécdota que el verano de 1963 el presidente Kennedy estuvo de visita en el cementerio de Arlington, sobre una colina con una vista muy bella, y disfrutó un momento de tranquila meditación. Sobre esa colina se le oyó comentar:
Aquí me podría quedar yo para siempre.
Por eso decidió Jacqueline Bouvier sepultar a su esposo en ese sitio, para ofrendarle su cuerpo a la nación y encender en su honor una flama eterna.
Como la flama que brilla al pie del Arco del Triunfo en París. La flama eterna de la tumba del soldado desconocido de la Primera Guerra Mundial.
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El cuerpo sin vida de John Kennedy se colocó en el mismo catafalco funerario que se usó para el funeral del presidente Abraham Lincoln 100 años antes. Participaron en los tres días de luto 800 mil personas. Asistieron representantes del mundo, el general Charles de Gaulle, el monarca de Etiopía, Haile Selassie, el príncipe Felipe, duque de Edinburgh, el canciller Erhard, de Alemania. El premier ruso Nikita Kruschev no asistió, envió a un representante, Anastas Mikoyan.
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En cierta ocasión, en la capital americana, visité el Cementerio Nacional de Arlington. Está localizado al suroeste del obelisco de George Washington, al otro lado del río Potomac, próximo al Pentágono.
Al visitar Arlington se observan jardines y frondosas arboledas. Se escucha el bullicio de la metrópoli y el sonido de las aeronaves de que aterrizan y despegan en el aeropuerto nacional.
Mi destino era la sección 45 del cementerio. Allí se destaca una colina que tiene una hermosa vista de la capital americana. Los árboles y el pasto le dan un marco pastoral a la tumba. Hay una placa sencilla en el suelo. A lo lejos se divisa una estructura de columnas, como templo griego. Los restos mortales de John Fitzgerald Kennedy descansan en compañía de su hermano Robert y su pequeño hijo, Patrick, quien falleció a los dos dias de nacido, en agosto de1963. Lentamente me acerqué aquel día a donde brilla la flama eterna, al pie de la tumba, y elevé una plegaria en silencio.
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La investigación policiaca rebeló que en el sexto piso del depósito estatal de libros el asesino había construido un nido de francotirador. Estaba al cubierto de 200 cajas de libros, que había acomodado en una semi celda, como parapeto. Colocó una torre de cajas frente a la ventana, para apoyarse. El arma era un rifle italiano de alto calibre, con balas de tipo militar. Una de las balas fue recuperada y se confirmo el origen del arma. La mira estaba equipada con un telescopio de manufactura japonesa.
Esos aditamentos fueron adquiridos meses antes por el presunto asesino. Oswald había sido miembro del cuerpo de los Marines, con el cargo y entrenamiento de francotirador.
Investigaciones posteriores confirmaron que habia renunciado a su ciudadanía americana y emigrado a Rusia con ayuda del gobierno soviético. Tres años después, regresó, casado con Marina Prusakova, ciudadana rusa. De ella se despidió la mañana del crimen; ella le preparo el almuerzo que se encontró a medio comer, en la duela de tablas raspadas, el piso junto a la ventana.
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La prueba de la parafina fue positiva, las huellas digitales eran de Oswald. Desde su regreso de Rusia, el sospechoso había visitado activistas en Nueva Orleans. También se había reunido con agentes pro sovieticosy cubanos en la Ciudad de México. Portaba un carnet del Partido Socialista Americano. Se encontró en su domicilio material subversivo de orientación comunista.
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Jack Ruby (Rubinstein) era un maleante de mediana categoría, dueño del cabaret El Carrousel, sobre la calle Commerce, de Dallas. Atendía a miembros del cuerpo policiaco local. Tenía conexiones con la mafia, a través de Johnny Trafficante, celebrado mafioso. Ruby aceptó los cargos y declaró que mató a Oswald para vengar la muerte del presidente, y supuestamente para ahorrarle a la viuda la pena de volver a Dallas a testificar en el juicio.
Ruby pasó el resto de sus días en prisión y murió de cáncer el 3 de enero de 1967, en el Hospital Parkland. No rindió declaración alguna que tuviera la más leve credibilidad.
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Estos fueron los hechos del crimen del siglo XX. Hay cientos de libros sobre el tema, y miles de teorias elaboradas. Ninguna ha sido totalmente comprobada.
Los posibles actores con motivos para asesinar al presidente, o con capacidad de asistir en la conspiración del crimen, pudieron ser entre otras las siguientes:
—Elementos radicales del partido republicano que el mismo día de la visita publicaron una plana entera en el diario de Dallas, denunciando al presidente Kennedy como enemigo público numero uno.
—El vicepresidente Lyndon Johnson, cuyas opiniones eran opuestas a las de su jefe. Ciertas personas cercanas a Johnson han hecho declaraciones póstumas acerca de su odio por Kennedy.
—Los capos del hampa con conexiones en el extranjero. La llamada Cosa Nostra sufrió descalabrosa manos del presidente y de su hermano, el procurador general. Robert Kennedy actuó con mano dura contra el crimen organizado.
—Jimmy Hoffa, el líder corrupto de los sindicatos laborales.
—Nikita Kruschev, primer ministro ruso, y su aliado Fidel Castro el dictador cubano. Ellos fueron enemigos acérrimos de Kennedy por lo hechos que sucedieron en 1961, el bloqueo naval de Cuba y los atentados en contra de Castro, como el frustrado desembarco en la Bahía de Cochinos, autorizado por Kennedy.
—Elementos radicales de supremacistas blancos en contra de la igualdad racial, un estandarte que Kennedy portó muy en alto.
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Muchos hemos sentido de manera personal la tragedia del 22 de noviembre de 1963. Perdimos a una persona muy querida. Un lustro después se repitió la nefasta pesadilla con su hermano Robert. Se ha comparado el asesinato del presidente Kennedy con el asesinato de Abraham Lincoln y, en analogía metafórica, con la crucifixión de Jesucristo.
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Me quedo con el comentario que hizo una mujer que estuvo en la Plaza Dealey ese día fatídico. Esa desconocida hizo esta declaración, años después, en una entrevista :
Quien quiera que haya sido el responsable, cuando mataron a Kennedy no lo mataron solamente a él, nos mataron a todos.
Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.
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