Foto Pedro Chacón
El silencio
Por Gisela Iliana Franco Deándar
Si la pandemia no hubiera acarreado tanta muerte y tanta injusticia, para mí sería el estado ideal. Sería feliz porque pude apreciar el silencio, el anhelado silencio en el que una puede escuchar sus pensamientos y dirigirlos, o al menos tratar de encauzarlos.
Si todos tuviéramos recursos económicos para quedarnos en casa, que no dependiéramos de un negocio o sueldo, podríamos apreciar el encierro. Con el estómago lleno, los servicios cubiertos y una casa digna donde refugiarnos, el confinamiento hubiera sido una vacación de los ires y venires, los trajines diarios.
La realidad es que hay que salir a buscar el sustento, a pesar del semáforo rojo.
En el silencio apreciado se escucha el crujir de huesos de las manos de alguien que se pregunta: ¿cómo va a alimentar a sus hijos?, ¿cómo va a comprar la medicina?, ¿le cortarán el agua hoy?
Si la vorágine de la economía se detuviera un poco, si todas las personas pudiéramos tener resueltas las necesidades básicas, el silencio sería un recurso que usaríamos para auto indagar en nuestro interior, sin hambre, solo observar quiénes somos y hacer las paces con nosotros mismos y con nuestros ancestros.
Sin la incertidumbre del futuro, o de resolver las carencias del día a día, aprovecharíamos otras riquezas que antes dimos por hecho: el sol, la tierra, los árboles, los cantos de los pájaros que hoy suenan nítidos en las ventanas.
Nos quedaríamos callados para escuchar el vacío del ruido. Usaríamos las palabras precisas; desecharíamos las frases huecas, hablaríamos menos y abrazaríamos más.
En esa realidad, en la que todas las personas estamos en igualdad de circunstancias, me siento en flor de loto, lista para meditar, por fin. A mis 51 años sabré quién soy y tendré un atisbo de mi divinidad, la divinidad de todos.
El olor del incienso satura el espacio y escucho el ritmo de los latidos del corazón, pensamientos se alinean y esperan un descuido para tomar el control.
Esta vez logro unirme al todo, a la consciencia superior. Escucho el estruendo de las voces de miles personas que rompen el silencio amado, gritan al unísono:
Que todas las personas sean felices.
Que todas las personas estén bien.
Que todas las personas reciban amor.
Que todas las personas encuentren paz.
Que todas las personas sueñen.
Que todas las personas trasciendan a una nueva era, la Edad Dorada, que todos seamos uno.
Abro los ojos, no sé si fue un minuto o una hora de meditación, me siento en paz; aprecio el verde intenso de los árboles de enfrente de mi casa; de pronto, tocan a la puerta y ahí está él, pide kórima. Vuelvo a la realidad.
Gisela Iliana Franco Deándar es diseñadora gráfica y editora. Actualmente tiene su editorial, llamada Vía Áurea.
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