Foto Pedro Chacón
De pandemias y primores
Por Edgar Gorrochategui Lozano
¡Hola a todos, todas y todes!, y buenos lo que sea (días, tardes, noches).Hoy un amigo que fue mi maestro, y que es un verdadero maestro de las letras, me invitó a dedicarle unas líneas a la pandemia de Covid 19, también conocida en las redes sociales como el coronabicho, la gripe de Wuhan o la peste china, tarea a la que accedí con gusto, pues es un tema del que hablo todos los días con la gente que me encuentro en el trabajo, en los Oxxos, en el súper, en la ferretería y hasta viviendo al lado de mi casa:
―¿Cómo anda Usted de Covid hoy?
―Muy bien, señora Lichita, todavía no me da.
O:
―No se te vaya ocurrir enfermarte del virus, porque no hay lugar en ningún hospital; aunque lleves dos millones en cash no te van a poner en ningún lado, tienes que esperar a que se muera alguien.
Y yo:
―No se preocupe, doctor, no he planeado mucho enfermarme últimamente, y menos de Covid, sabe, además todavía no encuentro el modo de hacerme de dos millones de pesos.
Después de mi prólogo naturalista, les aclaro que mi intención no es hacer mofa de esta tragedia; muchos han perdido seres queridos a causa de la pandemia, lo que no me gustaría ocurriera en mi caso, y los contagios no tienen para cuando acabar. Los super sabios del planeta Tierra ya descubrieron el origen del universo; especulan con la existencia de realidades paralelas, hoyos negros, curvatura del tiempo y del espacio, y hasta le quieren seguir la trayectoria a los electrones, pero de una vacuna chida que nos cure de la preocupación por la gripe de Wuhan, aun no hay nada. Tampoco hay más tratamiento que la sustancia que cura todo; por causa del paracetamol pudimos llegar a donde estamos sin perecer víctimas de la cruda. A él le debemos mucho, ¡Salve, paracetamol!
Hace una semana escuché a un profesional de la biología (no les cuento dónde) decir que este tipo de calamidades son los anticuerpos del planeta para curarse de la infestación de seres humanos. El científico piratón expuso sus consideraciones con frialdad, y como mostrando empatía con la vieja Gea, cosa que yo no comparto: Soy marxista y tengo conciencia de clase, soy un miembro de esta honorable infestación; una célula más de esta especie, y defiendo sus intereses, aun frente los humores burgueses de la naturaleza.
No obstante lo dicho en el párrafo anterior, comprendo a los animalitos que se regocijan en los sitios donde ya no van los humanos; bailan de felicidad y se desestresan al ver que ya nadie les está dando cacería, embasurándoles el hábitat o capturándolos para regalarlos a sus hijos y quedar finalmente extraviados al interior de la casa. Son muchas las momias de mascotas que los papás encuentran tras limpiar una recámara o la sala. El regocijo de las tortugas en las playas mexicanas y los delfines nadando en los canales de Venecia no me es ajeno.
No pocos están deprimidos y tristes por no poder salir a donde quieren o visitar a quienes usualmente visitan; también porque ven poca gente en las calles; porque ya no se citan a pistear en los bares y antros. Toda actividad, en general, se ralentizó, lo que a muchos los manda derechito al aburrimiento y a tener que verse más seguido y por mas tiempo las caras con familiares cercanos.
Desde la declaratoria de pandemia y la suspensión general de actividades consideradas como no esenciales, las calles de Chihuahua se desahogaron de vehículos y el silencio se hizo parcialmente en los caminos y en las plazas; en las banquetas se divisan aún menos marchantes. Como tuve que continuar por las calles persiguiendo la tortilla, experimenté una sensación de paz y tranquilidad que hasta el día de hoy me reconforta y que por tanto me genera casi tanta alegría como el Prozac; una sensación de vacaciones permanentes donde perdieron velocidad las expectativas; con más tiempo y más momentos para seguir conociendo a mis hijos y sus aficiones.
Ahora conozco a detalle las tramas de los manga que lee mi hija, de los musicales que ve por internet; ahora sé que Hamilton se convirtió en un musical juvenil; existen melodías y bancos de voces virtuales que le quitan clientes a las estrellas pop de televisa y a las firmas disqueras gringas donde graba Lady Gaga.
Mi hijo, que no entendía razones en la escuela, se está civilizando en la medida que declaramos una tregua. Ahora que convivimos más tiempo; ya le está bajando a lo chiplón y demandante; hoy él y yo platicamos mucho: sobre las cosas que él cree, sobre sus falsas y mis falsas creencias, y sobre cómo puede obtener más de su mamá y su hermana tratándolas con gentileza que haciéndoles un berrinche. Le platiqué que el amor se puede morir con el mal trato y los malos modos; que las formas y formalidades a veces son importantes. Hoy es más considerado y comprensivo, me parece que hasta más aplicado e ingenioso.
Las clases en casa y el home office le permitieron a mi esposa seguir escribiendo y externando lo que cree necesario que el respetable prójimo escuche, lo que le ha ganado un sin número de rechiflas poco creativas y ha encuerado la pobreza conceptual de personajes que nosotros, de chavos, llegamos a considerar como muy chidos y sofisticados, pero que ahora vemos, con cierto humor, que no lo son. Hasta aquí me parece que me entienden bien lo que digo, pero voy a insistir en un punto que a muchas y muchos no nos ha pasado desapercibido.
Tenemos suficiente para habernos dado cuenta de la tremenda inutilidad de casi todas las prisas, tensiones, expectativas y necesidades creadas. Un simple virus, un algo microscópico, que como Salinas de Gortari ni lo vemos ni lo oímos, nos puede poner de cabeza en cualquier momento; nos puede quitar la vida, nos puede asfixiar, arrebatar a nuestros seres queridos para siempre, colapsar cualquier sistema y dinámica social a nivel mundial; debería quedarnos ya claro que no somos aquellos grandes y graves dioses que nos creímos, nuestras actividades diarias solo importan en la medida en que satisfacen lo esencial. El coche nuevo, la ropa cara y los restaurantes lujosos ni hoy ni nunca deben ser una prioridad, y menos motivo para atropellar gente para obtenerlos.
Me despido con un montoncito de consejos no pedidos, aquí les van: Llamen a sus papás, platiquen con sus hijos, lean libros interesantes, contemplen los parques, escriban lo que quieran, escuchen música, dibujen,y háganlo ahora. No se les olvide dejarse llevar con calma por esta marea de incertidumbre, la misma que hoy es solo un poco más evidente. ¡Chau!
Edgar Gorrochategui Lozano estudió derecho en la UACH, escribe por gusto, trabaja como abogado. Escritor desde joven, ganó la Beca David Alfaro Siqueros en las disciplinas de narrativa e investigación artística. Es autor de los libros Cada quien su viaje, Incendiario y Dos tipos de cuidado. Vive y litiga en Chihuahua.
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